Conspiraciones
01/07/2007 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Nazis en la Luna

"El día de hoy será decisivo en la historia de la técnica; con nuestro cohete hemos alcanzado el espacio libre y, por primera vez, lo hemos utilizado como puente entre dos lugares de la Tierra. Este 3 de octubre de 1942 es el primer día de una nueva era en la técnica de los viajes: la era de los viajes espaciales". Quien así se expresaba fue el científico aleman Wernher von Braun. Aquel fue el comienzo de una inquietante historia, una trama apasionante que aparece en el libro Conspiración en la Luna (Aguilar), de nuestro colaborador José Lesta, del que ofrecemos el siguiente adelanto exclusivo.

01/07/2007 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Nazis en la Luna
Nazis en la Luna
En 1931, cerca de proclamarse líder de Alemania Adolf Hitler, las teorías del austríaco Horbiger acerca de su visión del mundo eran aceptadas por mucha gente. Sus ideas habían calado tan hondo que, a finales de ese año, la Sociedad para Vuelos Espaciales de Berlín decidió comprobar una de sus insólitas teorías: la de la Tierra hueca. Según esta hipótesis, la superficie de la Tierra se encuentra en el perímetro interior de una esfera hueca, el Sol está situado en el centro de la cavidad y la Tierra se extiende infinitamente por debajo de nuestros pies en todas direcciones. Sería algo así como imaginarse el mundo al revés.

Se eligió la ciudad de Magdeburgo para realizar la experiencia. Se lanzarían los dos cohetes que en ese momento tenían disponibles con la esperanza de que alguno de ellos ascendiera verticalmente hasta llegar a las antípodas de nuestro planeta. Increíble pero cierto. El primero se elevó tímidamente por encima del cobertor de hierro que parapetaba toda la estructura de lanzamiento, y poco más hizo que detenerse y caer al suelo. La segunda tentativa fue más prometedora: el cohete se elevó con mayor brío alcanzando unos metros hasta que se desvió y comenzó a volar vertiginosamente en horizontal sobre los atónitos testigos, que vieron cómo caía en un labradío cercano. El disparatado experimento había concluido y la errónea teoría de Horbiger quedaba sin demostración.

Diez años antes, había visto la luz un clásico sobre el tema: Cohetes hacia los espacios interplanetarios, libro que ningún editor quiso publicar en su momento por considerarlo "irreal" pero que, una vez en la calle, tuvo un éxito arrollador a pesar de su carácter técnico.

Uno de los adolescentes que devoró el trabajo con avidez fue un tal Wernher von Braun, el que inventaría un mortífero cohete que serviría como arma de guerra… y como vehículo para alcanzar la Luna.

Del V-2 a las atrocidades nazis

Wilhelm Schmieding, amigo de juventud de Von Braun, recuerda que un día le preguntó: "¿Me acompañarías? Volaremos juntos a la Luna". Ése era su objetivo entonces, una auténtica obsesión. Con el paso de los años acabaría trabajando con un grupo de aficionados a los cohetes. El ejército alemán les había cedido un campo de pruebas a las afueras de Berlín. En la década de 1930, el joven investigador llamó la atención de los nazis, que comenzaron a invertir dinero en sus experimentos.

El 23 de marzo de 1939, meses antes de comenzar la II Guerra Mundial, Hitler visitó el campo experimental de Von Braun. La demostración empezó con la prueba de un motor en un búnker. Hitler estaba francamente impresionado. Primero se escuchó un tremendo estruendo y la potencia de los gases de escape dobló los árboles cercanos en todas direcciones. Sin embargo, Hitler se mostró escéptico acerca de la fecha de culminación del proyecto. El líder nazi dijo que no estaba interesado en planes que duraran años y preguntó a Von Braun: "¿Cuánto calculan que tardarán en tenerlo?". Braun respondió: "Bueno, de 5 a 10 años". "Demasiado tiempo", repuso Hitler. En realidad el investigador se había mostrado demasiado prudente. La culminación del proyecto no se demoró tanto.

Tres años después, el 3 de octubre de 1942, Von Braun y su equipo estaban listos para probar el cohete A-4, que daría lugar al mortífero misil conocido como V-2. En la base del mismo, el equipo había pintado el emblema de la película La mujer en la Luna, de Fritz Lang. El lanzamiento resultó todo un éxito. Años después recordaría: "Aquella misma noche celebramos una fiesta, y recuerdo que Dornberger –su jefe militar– pronunció un emocionado discurso (…) en el que dijo: ';¿Son conscientes de que hoy ha nacido la nave espacial?".

En 1943, en la sala de proyecciones del cuartel general de Hitler, Von Braun presentó un informe crucial. Incluía la filmación de un lanzamiento exitoso del misil A-4. La película terminaba recordándole al Führer su anterior escepticismo con la frase: "Por fin lo hemos conseguido". Hitler cambió de idea tras ver aquella película. Se mostró muy jovial y abrazó al inventor del artefacto. "Aquí tenemos algo formidable", exclamó dirigiéndose a los presentes y ordenó que el proyecto tuviera la máxima prioridad para conseguir una producción en masa.

El A-4 recibió un nuevo nombre que expresaba las esperanzas de Hitler: misil Vergeltungswaffe 2 –"Arma de Represalia 2"–, el arma definitiva para ganar la guerra. Los bombardeos sobre Londres con las "armas maravillosas", que fueron publicitadas hasta la extenuación por el Gobierno de Hitler, comenzaron en septiembre de 1944. Cayeron unos 4.200 sobre el Reino Unido y otros frentes de guerra en Europa. Se calcula que murieron unos 5.000 británicos en los ataques. Como arma para dar un giro a la guerra resultó inútil, pero como objeto de terror reveló un valor incalculable y, probablemente, alargó la guerra unos meses más. El V-2 necesitaba seis minutos para llegar desde las costas europeas situadas frente a Inglaterra hasta el centro de Londres, a velocidad cinco veces superior a la del sonido. Se decía que cuando alguien oía la explosión no debía correr a refugiarse y podía considerarse a salvo, ya que el estallido ocurría antes de que pudiera oírse la llegada del misil.

Por este avance armamentístico, Hitler le concedió a Wernher von Braun la más importante condecoración civil en reconocimiento a sus servicios al III Reich. Pero el precio pagado para disponer de esta alta tecnología fue intolerable. Los misiles fueron construidos en el complejo subterráneo de Mittelwerk, ubicado en las montañas Harz de Alemania. Como mano de obra se empleó a prisioneros de los campos de concentración. Sólo para ampliar esas instalaciones, 8.000 trabajaron en los túneles durante cinco meses. Todo se hizo de forma tan improvisada y con tal celeridad que no se construyeron barracones, por lo que los operarios se vieron obligados a vivir en los túneles. No pudieron asearse ni cambiar de ropa durante ese tiempo. Y lo peor: no se les ofreció comida ni bebida. Durante aquellos largos meses, ningún prisionero vio la luz del Sol. Recibieron un trato brutal por parte de los oficiales de las SS que supervisaban el trabajo. Las condiciones eran tan atroces que más de 3.000 prisioneros fallecieron y otros fueron ejecutados. Al terminar la construcción se cubrieron las instalaciones con una gran capa de cemento, bajo la cual quedaron sepultados cientos de cadáveres que aún permanecen allí como recuerdo de la locura y el horror nazi.

Wernher von Braun se afilió al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en 1937, y finalmente entró a formar parte de las siniestras SS. De su paso por éstas sólo queda una foto conocida en la que se le ve con su uniforme negro.

Nazis en la Luna: el mito

Al final de la II Guerra Mundial, los espías que acompañaban a las tropas aliadas al entrar en territorio nazi quedaron impresionados por el nivel tecnológico alcanzado por los científicos alemanes. Aviones supersónicos, cohetes, bombas volantes, gas nervioso, misiles teledirigidos, tecnología invisible al radar, bombas atómicas… El ritmo de avance y de trabajo era tan alto que muchas fábricas estaban instaladas en dependencias subterráneas incluso cuando la guerra estaba perdida. Muchos técnicos trabajaban como si no fueran a perderla.

Pronto, los soviéticos y los estadounidenses entablaron una dura pugna sobre el terreno para hacerse con los secretos tecnológicos de Hitler. Los americanos habían entrenado y seleccionado a sus espías desde 1944 dentro de la "Operación Overcast". El cometido era sencillo aunque peligroso: entrar en lugares estratégicos con las tropas que se encontraban en el frente de guerra y hacerse con todo el material técnico que se encontrara. Esa operación finalizó en los últimos días de la guerra y pasó a denominarse Paperclip. La nueva misión consistía en llevarse a los científicos que manejaban ese entramado técnico. La lista de especialistas en cohetería, aeronáutica, electrónica, física atómica, gases nerviosos, guerra biológica o combustibles sintéticos era inmensa. El general Bosquet Web, encargado de la operación, lo dejó bien claro: "Si no aceptamos la oportunidad de poner en funcionamiento a los cerebros que desarrollaron esta maquinaria, permaneceremos varios años por detrás mientras intentamos cubrir un campo que ya ha sido explorado".

Para hacer las listas de los científicos a captar, los espías americanos se sirvieron de Werner Osenberg, que había dirigido la sección científica de la Gestapo, encargada de verificar la fiabilidad política de los científicos que trabajaban para el Reich. Los informes y expedientes de la siniestra policía permitieron a Osenberg hacer una lista de 15.000 nombres, cada uno con su filiación política y su valor científico.

Walter Jessel, teniente del Ejército de Estados Unidos, encargado en 1945 de evaluar la lealtad de los científicos antes de que abandonaran Alemania, redactó un informe, basado en interrogatorios, cuya conclusión era que Von Braun y sus hombres trataban de ocultar sus informaciones a los oficiales estadounidenses. A pesar de ello, nunca serían puestos bajo estricta vigilancia por el comandante James Hamill, responsable directo de los científicos en la base militar de Fort Bliss (Texas): "No sólo los miembros de Paperclip estaban autorizados a un amplio acceso a las informaciones secretas, sino que no había ni toque de queda ni verificación del correo alemán (…) las actividades de los científicos en el exterior eran muy poco controladas".

Varios meses después de la captura de los científicos nazis, el responsable de la "Operación Paperclip" le envió al presidente Truman los informes de los primeros científicos seleccionados. Fueron rechazados sin excepción. Un ayudante del presidente respondió lacónicamente a los militares: "Todos son nazis convencidos". El general Web, máximo dirigente de Paperclip, se mostró furioso. Comenzó así una batalla en los pasillos de la Casa Blanca que afectó a las más altas esferas de la nación.

Comienza la conspiración

Quizá fuera en una reunión, o tras una serie de conversaciones entre ellos, pero lo cierto es que una facción del Ejército y de los servicios de inteligencia americanos, decidió poner en marcha la "Operación Paperclip" por su cuenta falsificando los informes y, en algunos casos, inventando las biografías de los científicos involucrados.

El secretismo fue de tal envergadura que ni siquiera el presidente Truman y sus directos sucesores estuvieron al corriente de hasta qué punto antiguos nazis y oficiales de las temidas SS ocuparon puestos clave del Gobierno y gestionaron presupuestos millonarios. Se trataba de un grupo de poder actuando a espaldas del presidente y del Gobierno. Técnicamente, una conspiración. De hecho, no es casualidad que muchos de esos científicos nazis fueran promovidos por el entonces asesor presidencial en ciencia y tecnología, el doctor Vannevar Bush. Un apellido que sin duda le resultará conocido al lector.

En 1985 la investigadora Linda Hunt publicó un revelador artículo en el Bulletin of the Atomic Scientists en el que revelaba lo siguiente: "Después de acceder a más de 130 antiguos expedientes de Paperclip me di cuenta de que todos habían sido cambiados". Recordemos que los expedientes siguen aún bajo una férrea clasificación, a pesar de haber transcurrido más de 30 años, plazo que marca la ley para hacer públicos documentos secretos en EEUU.

Un buen ejemplo es el de Wernher von Braun. En su ficha de inteligencia durante la guerra se podía leer: "El sujeto es un riesgo potencial para la seguridad según el gobernador militar". Cinco meses más tarde, tras la finalización del conflicto bélico y previo paso por el espionaje de Paperclip, su ficha quedó limpia: "No hay información negativa sobre el sujeto (…) el gobernador militar de la zona es de la opinión de que no comporta riesgo para EEUU".

En cualquier caso, todos esos científicos y espías nazis acabaron trabajando en el país de la libertad, y sus crímenes fueron encubiertos.

Secretos inconfesables del Saturno V

Tras el histórico discurso pronunciado por el presidente Kennedy en 1961, en el que prometió "poner un hombre en la Luna que regresará sano y salvo a la Tierra antes de que acabe esta década", la prioridad del programa espacial aumentó y fue directamente confiado a los ingenieros del equipo de Wernher von Braun, quien se convirtió en el primer director del Marshall Space Flight Center, el centro de desarrollo de sistemas de transporte y propulsión de la NASA. El peso y las decisiones más importantes del programa, recayeron así sobre un ex oficial de las SS y su antiguo cuadro de trabajadores nazis, que habían construido los misiles que destruyeron Londres.

Además de Braun, los dos hombres más importantes en la aventura lunar eran Kurt Debus y Arthur Rudolph. El primero, ex miembro de las SA –grupo paramilitar nazi–, de las SS, y de otras dos agrupaciones nazis, se convirtió en el primer director del Kennedy Space Center de Cabo Cañaveral, lugar de lanzamiento de las misiones Apollo; Arthur Rudolph, la mano derecha de Von Braun, fue el cerebro que diseñó el cohete más potente de la historia, el que lanzaría al Apollo 11 a la Luna: el Saturno V.

Al acabar la guerra, Rudolph fue traspasado por efecto de la Paperclip a un campo de detención estadounidense y a finales de 1945 entró en Estados Unidos junto a Von Braun y el equipo del V-2. Tras una cuarentena de seis meses, Truman aprobó la estancia de los científicos nazis, muchos criminales de guerra.

Debido al pasado de Rudolph, el servicio secreto estadounidense le sometió a escrupulosos interrogatorios hasta que dio su visto bueno para que entrara a formar parte del destacamento alemán en la base militar de Fort Bliss. Mientras trabajó para los militares estadounidenses, su tapadera fue una empresa civil denominada Solar Aircraft Company. En 1949 fue interrogado de nuevo por el FBI acerca de su afiliación al partido nazi. Su respuesta fue casi cómica: "Hasta 1930 yo simpatizaba con el partido social democrático. Después de 1930 la siniestra situación económica del país me conducía a la catástrofe, quedando sin empleo. El gran número de desempleados causó la expansión de los nazis y de los comunistas. Asustado con la posibilidad de que los rojos llegaran al poder, me uní al partido nazi para preservar la cultura occidental".

En su ficha inicial del ejército, tras ser capturado por los americanos, estos habían anotado lo siguiente: "100% nazi, del tipo peligroso. Se le debe dar un trato de alta seguridad (…) se sugiere el internamiento". Sin embargo, la ficha que los servicios secretos elaboraron rezaba: "Nada en nuestros archivos indica que él fuera un criminal de guerra o un ardiente nazi". Cinco años después obtenía la ciudadanía estadounidense con honores.

Mientras trabajó para la NASA en el desarrollo del cohete Saturno V, Rudolph recibió un doctorado honoris causa por la Universidad de Florida y la medalla de servicios excepcionales, la más alta condecoración que otorga el Ejército de EEUU.

Los cargos que este nazi desempeñó en el programa Apollo fueron casi tan importantes como los de su jefe, Wernher von Braun. Empezó como director de la ingeniería de sistemas, con centenares de científicos y técnicos a su cargo. Mientras desempeñó ese puesto fue el nexo de unión entre el centro de control de vuelo en Houston y el centro de lanzamientos en Cabo Cañaveral, los dos lugares más importantes de las misiones a la Luna. Después fue nombrado director del proyecto Saturno V, lo cual suponía decidir los días de lanzamiento de los cohetes. Junto a Von Braun, Rudolph fue vital para que el hombre llegara a la Luna. No es casualidad que el primer cohete Saturno V, que llevó al espacio a la nave Apollo 4, se lanzara el día de su cumpleaños.

Arthur Rudolph se retiró en 1969, meses después de la llegada del hombre a la Luna, cuando la exploración lunar no habían hecho más que empezar. Pero había cumplido su misión, al igual que Wernher von Braun, que también se retiró poco tiempo después. Habían construido el cohete que querían los norteamericanos y, tras firmar las confidencialidades y los documentos pertinentes, se retiraron…

José Lesta
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