Ayahuasca, muerte y venganza
El aumento del «turismo ayahuasquero» y el descontrol de su uso está provocando crímenes y linchamientos. Así ocurrió meses atrás en la localidad de Pucallpa, en el Amazonas peruano, donde un canadiense asesinó a la maestra de ayahuasca de la región, y después fue linchado por los miembros de la comunidad.
La ayahuasca ha sido una gran incógnita para los etnobotánicos, ya que a la propia enredadera Banisteriopsis caapi (así se llama) se añaden otras plantas que actúan como aditivos, y que dependiendo de la zona aumentan o disminuyen en número. Por eso se han detectado hasta seis especies distintas de ayahuasca, lo que va acorde con sus diferentes usos.
Hace ahora siete años, el padre José Luis de la Fuente ya me advirtió en la localidad de Iquitos (Perú), que «desde hace un tiempo es habitual ver el malecón de Iquitos lleno de “americanos” que han venido hasta aquí buscando tener una experiencia trascendental con la ayahuasca, y se han quedado “colgados”, como zombis que han perdido la razón y no la van a recuperar jamás». La demanda de ayahuasqueros en estos años ha sido tal, que para mantener precisamente viva ésta se han realizado rituales sin ningún control, exponiendo a los inconscientes «tomadores» a sobredosis de las que ya no se han recuperado.
Pero, ¿qué es la ayahuasca? Posiblemente estamos hablando del veneno natural más potente de la naturaleza, que se extrae de la conocida como «liana o soga del muerto», una vez es sometida a diferentes cocciones. El primero en hablar de ella y de sus supuestos poderes fue el jesuita Pablo Maroni en 1737, que la describía como una «bebida intoxicante ingerida con propósitos adivinatorios y otros, la cual priva de los sentidos y, a veces, de la vida». Así las cosas, la descripción más certera de sus usos y efectos la realizó el doctor quiteño Manuel Villavicencio, que en la segunda mitad del siglo XIX fue nombrado gobernador de los cantones orientales, llegando a rincones de la selva ecuatoriana a los que nadie antes lo había hecho. En su obra Geografía de la República del Ecuador, hablaba así de la ayahuasca: «Es una bebida narcótica, como debe suponerse, y a los pocos momentos empieza a producir los más raros fenómenos. Su acción parece dirigirse a excitar el sistema nervioso; todos los sentidos se avivan y todas las facultades se despiertan; siente vahídos y rodeos de cabeza, luego la sensación de elevarse al aire y comenzar un viaje aéreo; el poseído empieza a ver en los primeros momentos las imágenes más deliciosas conforme a sus ideas y conocimientos: los salvajes dicen que ven lagos deliciosos, bosques cubiertos de frutas, aves lindísimas que les comunican lo que ellos desean saber de agradable y favorable, y otras bellezas relativas a su vida salvaje. Pasado este momento empiezan a ver fieras terribles dispuestas a desgarrarlos, les falta el vuelo y bajan a tierra a combatir por las fieras quienes les comunican todas las desgracias y desventuras que les aguarda». Sea de una u otra manera, lo que es evidente es que se trata de una de las plantas de poder más sagradas para los chamanes selváticos. No en vano, uno de los ayahuasqueros más importantes y sabios de cuantos han habitado en las selvas amazónicas, Don Solón, años atrás me aseguraba que «el poder de la ayahuasca se activa cuando el chamán sabe hacerlo y por tanto la experiencia será grata; si el chamán no sabe la experiencia será ingrata, e incluso puede provocar la muerte. La ayahuasca, bien tomada, abre el puente que une lo visible y lo invisible…».
Las reacciones pueden ser imprevisibles. Eso es lo que hubo de pensar la maestra ayahuasquera Olivia Arévalo recientemente, poco antes de morir de cinco disparos que realizó el canadiense Sebastián Woodroffe. Al parecer, éste acudió a la comunidad religiosa intercultural «Victoria Gracia», cerca de Yarinacocha, al este de Perú, y obligó a la anciana hechicera a cantar un «mariri» –canto ritual que realizan los chamanes para realizar curaciones, en la que mezclan ayahuasca y chacruna–, tras lo cual sacó su arma y disparó causándole la muerte. Poco después intentó huir pero fue capturado, linchado y enterrado por miembros de la comunidad. Las autoridades regionales han advertido de los estragos que está causando la comercialización salvaje de este tipo de ritos, que están provocando la muerte de chamanes y chamanas, incapaces de controlar la demanda y los efectos que a veces provoca en el participante la «soga del muerto».
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