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18/07/2011 (12:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Un viaje a la Santa Muerte

ENIGMASEl periodista y escritor Alberto Granados, que acaba de publicar su primera y esperada novela, Los Vigilantes de los Días (Espasa), nos sumerge en el fascinante universo de la Santa Muerte, un culto que en México se convierte para algunas personas prácticamente en una forma de vida.

18/07/2011 (12:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Un viaje a la Santa Muerte
Un viaje a la Santa Muerte
Es difícil conocer con exactitud desde cuándo se adora a la muerte en México. Seguramente para localizar el origen de aquellos extraños rituales tendríamos que remontarnos miles de años en el tiempo, hasta la época de los primeros pobladores. Para encontrar la referencia escrita más antigua debemos viajar hasta la Biblioteca de Newberry en Chicago (EEUU). Allí se conserva un manuscrito llamado Popol-Vuh en el que se explican los orígenes de los sacrificios humanos y del culto a la muerte. El texto narra cómo los Dioses crearon al ser humano, motivo suficiente para que fueran venerados. Al igual que el hombre se alimentaba con productos de la naturaleza los dioses necesitaban alimentos sobrenaturales: la energía cósmica que se encuentra en la sangre o el corazón humanos.

Los antiguos mayas concebían sus ciclos naturales –el día y la noche, el Sol y la Luna…– como la representación de la vida y la muerte. De hecho, desde los primeros tiempos, ya adoraban a siniestras entidades a las que ofrecían la sangre y el corazón de sus enemigos. A uno de aquellos dioses lo bautizaron como Ah Puch, el Rey Maya del Inframundo, también conocido como Kizin "El apestoso". Se representaba como un esqueleto con rostro de búho o jaguar y se le adornaba con campanas. Su reino se extendía por el último de los nueve mundos subterráneos y hoy en día un gran número de mexicanos piensa que esta antigua deidad suele merodear por las habitaciones de los enfermos acechando en la oscuridad la llegada de nuevas víctimas. Tiempo después, los aztecas también adoraron a un dios de la muerte: Mictlantecuhtli. Era el señor del inframundo y de las sombras. Al igual que Ah Puch, era representado como un esqueleto con una calavera repleta de dientes. Se le asociaba también con búhos, con arañas o murciélagos. No era de extrañar que este tipo de deidades de la muerte tuvieran aterrorizados a los pobres indígenas que las adoraban. De hecho, creían que la morada en la que habitaban, el Mictlán, era un espacio oscuro donde se podía temblar de miedo y se erizaban los cabellos. Un lugar de tormentos, que apestaba y donde las almas pecadoras se convertían en comadrejas o escarabajos pestilentes que se alimentaban de pus.

De estos dioses y de sus rituales nos ha llegado poca información. Los conquistadores españoles, horrorizados con aquellas ceremonias sangrientas, acabaron con la mayor parte de lo registrado en los códices y en los manuscritos. Se quemaron libros picto-glíficos, se destruyeron templos, monumentos, esculturas… Simplemente el hecho de mencionar estas deidades mayas o aztecas se pagaba con un severo castigo.

Origen moderno de la Santa Muerte.

El Sol brillaba con toda su intensidad en aquel pequeño poblado de Catemao, en el estado de Veracruz. Un aldeano se acercó hasta su cabaña y quedó perplejo al descubrir impregnada en una de las tablas de su choza la imagen calavérica de la Santa Muerte, transcurrían los años sesenta. La primera ocurrencia de aquel asustado campesino fue comunicárselo a su sacerdote para que, a partir de ese momento, la imagen pudiera ser santificada. El religioso llegó hasta la cabaña y al descubrir aquella terrorífica imagen la tildó de demoníaca prohibiendo cualquier tipo de adoración a aquella calavera, que según el cura local, era la representación de algún rito satánico.

El aldeano, lejos de destruir la famosa tabla como el cura le había ordenado, comenzó a adorarla en secreto y rápidamente este culto se expandió, en principio por aquella aldea y más tarde por toda la provincia. En muchas casas ya colocaban en su altar la imagen de la Santa Muerte a la que rezaban clandestinamente. Este secretismo hizo que esta Virgen se convirtiera en pocos años en el símbolo de los más desfavorecidos, que le atribuían poderes de protección para los hogares, de sanación para los enfermos y más tarde como recuperadora de objetos robados o incluso de personas secuestradas. No es raro que en los años 90 esta imagen calavérica fuera adorada por delincuentes, drogadictos, narcotraficantes o incluso por policías que rogaban a la Santa protección ante las balas enemigas.

En el año 93 a esta nueva Iglesia que se agrupó bajo el nombre de Iglesia Santa Católica Apostólica Tradicional Mex-USA, se le concedieron permisos oficiales para operar en todo el Estado mexicano, aunque dos años después el propio estamento público decidió retirar todas las licencias prohibiendo su culto, pasando desde ese momento a la clandestinidad hasta nuestros días, en las que existe una especie de pacto de no agresión entre la Iglesia y los estamentos políticos que han comprendido que esos cientos de miles de fieles tienen una gran fuerza electoral.
(Continúa la información en ENIGMAS 188).

Alberto Granados
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