Los milagros de Isabel II
El fervor que han concitado las exequias de Isabel II ha llevado a ciertas voces a pedir el inicio de un proceso de canonización que llevaría implícito la aceptación de milagros atribuidos a la fallecida

El fallecimiento de la reina de Inglaterra Isabel II ha causado sorpresa por un doble motivo. En primer lugar, por lo inesperado y fulminante del deceso, y en segundo, por todas las elaboradas, larguísimas y llamativas pompas fúnebres que rodearon su entierro. Unas exequias de varias jornadas de duración, lo que da perfecta cuenta de la dimensión del personaje y el reconocimiento popular e institucional que concitaba. Con el sepulcro apenas cerrado, algunas voces han sugerido la canonización de la soberana. En las páginas de The Spectator, el miembro de la Cámara de los Lores Charles Moore hacía la siguiente reflexión: «La Iglesia de Inglaterra, de la que fue Gobernadora Suprema, tiene una posición extraña sobre la santidad. Acepta las canonizaciones anteriores a la Reforma, pero nunca ha intentado aumentar su número (con una importante y controvertida excepción: el rey Carlos Mártir). Si se decidiera a hacerlo, este es el mejor momento posible para empezar».
El mundo está lleno de gente que cree que la difunta reina les curó de diferentes dolencias
EL PRIMER PRODIGIO
Aseveraba Moore, además, que Isabel II poseía virtud heroica, uno de los rasgos imprescindibles para adquirir la santidad. Pero, en los procesos de canonización, acostumbra a respaldarse ese camino a los altares con algunos prodigios extraordinarios atribuidos al difunto. En concreto, existe el requisito de «demostrar dos milagros realizados por intercesión de la persona en cuestión. Esto puede llevar tiempo –apuntaba el columnista de The Spectator–, pero el mundo ya está lleno de gente que cree que la difunta reina les curó de esto o aquello. A medida que crezca su culto, aparecerán muchos ejemplos póstumos».
De hecho, el propio Moore mencionaba un acontecimiento extraordinario que podría inaugurar esa lista: «Mi primo, Tom Oliver, ha sufrido durante mucho tiempo una ansiedad excepcional por contraer enfermedades. Se esforzaba mucho, normalmente con éxito, en controlarla, y lleva una vida activa y fructífera; pero su preocupación se agravó con el Covid, sobre todo porque es diabético y tenía compromisos importantes que supondrían una carga para su mujer si moría o quedaba incapacitado. Hasta esta semana, Tom no había tenido casi ningún contacto humano directo, salvo con sus familiares directos, durante más de 29 meses. Sin embargo, decidió que realmente debía presenciar sus respetos. Viajó desde la zona rural de Herefordshire y estuvo haciendo cola entre la multitud de miles de personas durante 15 horas, sin sentarse nunca. Llegó a Westminster Hall cuando ya había caído la noche y vio el ataúd. He aquí, me dice, que la maravillosa experiencia de la gracia echó fuera su miedo. Le quedan sus aspectos racionales, pero descubre que lo que él llama 'la sensación de peligro irracional' ha desaparecido».
¿Recogerá alguien la propuesta de Charles Moore? Lo curioso del caso es que él mismo reconoce en su artículo que «la persona del mundo que menos habría aprobado tal procedimiento habría sido la propia Isabel». Pero, ¿acaso ese gesto de desapego y humildad no es propio de una santa?
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