Civilizaciones perdidas
01/10/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

El Golem del Papa mago

Matemáticas y esoterismo rodean con un halo de misterio la figura legendaria del «Papa Mago» Silvestre II. Durante su juventud éste residió en España y entró en contacto con místicos y sociedades secretas del Islam, a través de los cuales pudo acceder a avanzados conocimientos.

01/10/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
El Golem del Papa mago
El Golem del Papa mago
La Biblia relata: «Entonces Yahvé formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en sus narices aliento de vida y fue el hombre ser viviente» (Génesis 2,7). Este acto creador ha suscitado en los seres humanos un irreprimible deseo de imitación: aprender a dar vida a otros seres a quienes someter o interpelar en momentos de incertidumbre o utilizar para satisfacer esa voluntad de omnipotencia que con frecuencia nos ha llevado por senderos peligrosos. Algunos hechiceros, en ocasiones excéntricos ocultistas, o grandes iniciados como Paracelso, se aventuraron por estos «senderos» y buscaron crear un fiel servidor «a la carta», vinculado a ellos por una relación de absoluta dependencia. Pero lo más insólito es que este mismo «camino» también parece haber sido recorrido –y con éxito– por uno de los herederos del príncipe de los Apóstoles, un máximo representante de la Santa Iglesia Romana: un papa.

Nos referimos a aquel que, en «el Año del Señor 999», asumió su papel como jefe espiritual de la Cristiandad con el nombre de Silvestre II y se dedicó, además de cuidar las almas del inmenso rebaño de fieles, a estudios muy particulares en el campo de las ciencias físicas, con los que supuestamente consiguió –según una tradición arraigada– construir una especie de Golem tecnológico que le aconsejaba en los momentos cruciales de su pontificado.

Los extraños hechos que ahora examinaremos se iniciaron en una fecha sin precisar, entre los años 940 y 945, en Belliac, localidad enclavada en la región francesa de Auvernia, donde vino al mundo un niño a quien llamaron Gerberto. Doce años más tarde, fue admitido como joven monje en la vecina abadía de Aurillac. Unos años después, el joven Gerberto –bajo la guía de Raymond de Lavaur y del abad Geraud de Saint-Céré– fue instruido en el estudio de las artes del trivium (gramática, dialéctica y retórica) y del cuadrivium (aritmética, música, geometría y astronomía). Esta educación le permitió dominar las técnicas de la hermenéutica y profundizar en el estudio a las matemáticas, la geometría, la astronomía y la música.

Sin embargo, repentinamente Gerberto abandonó la abadía y los estudios clásicos para trasladarse a España, un territorio convertido en un refinado baluarte islámico y que, desde el punto de vista cultural, destacaba como claramente superior al mundo cristiano. En esta España musulmana los eruditos árabes buscaban dar una estructura unitaria a todo el saber del tiempo. Ciencias como la medicina, la botánica y la farmacología, se beneficiaron enormemente del contacto con el mundo árabe en esta frontera occidental entre el Islam y la Cristiandad. En España se produjo entonces una especie de Renacimiento anticipado. La mística árabe constituyó la fuente de muchas experiencias religiosas que expresaban la demanda espiritual de una ampliación de los horizontes perceptivos de la consciencia para establecer contacto con las «realidades transcendentes». Obviamente, este clima cultural y psicológico favoreció el nacimiento de órdenes y sociedades secretas que perseguían fines particulares.

La España esotérica

Pero, ¿por qué el futuro papa Silvestre II lo abandonó todo de pronto y prácticamente «huyó» a España?
En principio, la respuesta parece obvia: porque su espíritu inquieto se había cansado de la provinciana Aurillac y de hacer guardia ante el venerable cuerpo del santo fundador de la Abadía. Sin embargo, no siempre la respuesta más obvia es la correcta. El inglés Guillaume de Malmesbury, que vivió en el siglo siguiente, afirmó en su Historia que el extremadamente curioso Gerberto se había marchado a la España «esotérica» con un objetivo concreto: «estudiar con los árabes astrología y otras ciencias. Bajo su dirección, en dos años aprendió el significado del canto y del vuelo de los pájaros; conoció las fórmulas mágicas para invocar a los muertos y adquirió, en definitiva, unos conocimientos perjudiciales y saludables…».

Richer, un amigo y biógrafo de Gerberto d'Aurillac, escribió, además, que el futuro papa era asiduo en los círculos donde –abjurando de la propia fe religiosa– se aprendían los secretos de las ciencias herméticas y se estudiaban inventos y descubrimientos que formaban parte de aquellos aspectos de la cultura árabe aún desconocidos en el Occidente cristiano. Sin embargo, el mismo Richer pareció «olvidarse» de esta extraña estadía en España cuando, poco tiempo después, Gerberto fue nombrado arzobispo de Reims. ¿Por qué?
Probablemente porque es bastante plausible que Gerberto, que ya iba camino de convertirse en Silvestre II y de hacerse famoso como el «Papa Mago», hubiese abjurado de la propia fe cristiana para aprender del Islam los secretos de las ciencias prohibidas. Por otra parte, diversos biógrafos del misterioso papa, como por ejemplo Oderico Vitale, escribieron de él que cuando «era escolástico conversaba frecuentemente con el demonio…». Más aún: un autor llamado Sigesberto di Gembloux sostuvo de forma muy explícita que Gerberto había logrado la cátedra pontificia ¡por haber hecho un pacto con el Diablo!
Fantasía, obviamente. Pero en todas las fantasías, como en todas las leyendas, hay siempre un fondo de verdad. En este caso, no fueron ninguna fantasía las extrañas circunstancias que rodearon la muerte del inquietante «Papa Mago».

En un antifonario de San Gregorio Magno, datado en el siglo VII, se preveía la solemne ceremonia de la Adoración de la Cruz, el Viernes Santo, en una bella iglesia de Roma denominada in Hierusalem. Hoy la basílica, situada entre la Puerta de San Giovanni y la Puerta Maggiore, es precisamente conocida como Iglesia de la Santa Cruz en Jerusalén, porque en ella se conservan las reliquias, recuperadas por Santa Elena –madre del emperador Constantino– relacionadas con la crucifixión en el Gólgota.

Entre ellas figura el patibulum –el madero horizontal de la cruz– en el cual se cree que habría sido torturado uno de los dos ladrones, algunas supuestas espinas de la corona que se colocó en la cabeza de Cristo e incluso el dedo momificado del incrédulo apóstol Tomás.

En época medieval, el papa se dirigía descalzo a esta iglesia –seguido por un cortejo de prelados y en medio del pueblo que se inclinaba a su paso– para celebrar la ceremonia en base a ciertos rituales denominados «órdenes romanos», como por ejemplo el «Ordo X del año Mil». La ceremonia, además de celebrarse en viernes santo, se repetía también durante los tres domingos en los cuales, sobre el Misal, el papa rezaba la oración conocida como Statio in Hierusalem. Por tanto, el inefable Silvestre II también debía oficiar el sugestivo rito en la iglesia de la Santa Cruz en Jerusalén.

Según sostiene la leyenda, Gerberto hizo una consulta a un Golem tecnológico de su invención –quizás una especie de complejo mecanismo, cuyo funcionamiento desconocemos, pero que podría haberse basado en una lógica embrionaria de tipo binario– referidas a su propio destino y a su propia muerte. Siempre según esta leyenda, el Golem respondía a las preguntas que le formulaban con un «sí» o con un «no».

A la pregunta del papa Silvestre II: «¿Moriré antes de cantar misa en Jerusalén?», el Golem respondió con un categórico «no», sugiriendo que si el papa se mantenía lejos de Tierra Santa y de Jerusalén, tendría larga vida.

Pero el agudo Gerberto, aunque experto en artes prohibidas y estudios esotéricos, no tuvo en cuenta que al ir a celebrar el rito de la Adoración de la Cruz en la iglesia romana denominada in Hierusalem, en cierto modo celebraría misa en Jerusalén, aunque sólo fuese simbólicamente.

Finalmente, llegó el trágico 12 de mayo, día en que el «Papa Mago» –que hasta aquel momento había disfrutado de una óptima salud– se sintió repentinamente enfermo.
¡Sólo entonces se dio cuenta de que estaba celebrando misa in Hierusalem y comprendió que se había equivocado al interpretar literalmente la respuesta de su Golem. Por su conducta podemos deducir que, en aquel momento, presintió que había llegado su última hora.

Al parecer, ordenó a los clérigos que le acompañaban que colocaran su cuerpo en un carro tirado por bueyes y que después erigieran su tumba donde los animales decidieran detenerse. El recorrido no fue largo: el carro se detuvo ante otra estupenda basílica, la de San Juan de Letrán, a pocos cientos de metros de distancia, donde Gerberto de Aurillac, el papa Silvestre II, fue sepultado. «Corría el Año del Señor 1003». Pero la leyenda continúa…
Según esta tradición, la lápida colocada en su tumba rezuma un extraño líquido acuoso cuando es inminente la muerte de un papa. Este fenómeno se empezó a producir supuestamente a mediados del siglo XVIII, cuando el cuerpo del «Papa Mago» fue descubierto incorrupto y al contacto con el aire se desintegró en un momento.

¿Un libro misterioso?

Pero volvamos a las extrañas vicisitudes terrenas de Silvestre II. Cabe preguntarse, ¿por qué Gerberto de Aurillac –a su regreso de España y convertido ya en obispo de Reims– pidió a Reinard, un monje de Bobbio donde él había sido abad, que le tradujera en secreto un libro especial?
«Te pido una sola cosa que puedes hacer sin peligro, sin daño para ti… transcríbeme, sin decírselo a nadie, el Astronomicon de Manilio… Hermano, yo te lo prometo: puedes estar seguro de que guardaré un religioso silencio sobre esta petición y sobre esta obediencia tuya que merece elogio», escribió Gerberto al fiel Reinard. ¿Por qué hacerse traducir por un monje –que vivía en Italia– un libro que podría haber sido traducido por personas igualmente capacitadas que vivían con él en Reims? ¿Qué extraña información se halla oculta en el libro, que otro afortunado poseedor del citado volumen –precisamente quien escribe este artículo– está escudriñando desde hace tiempo, aunque por ahora sin éxito? ¿Quizá había descubierto Gerberto las enseñanzas secretas que le permitieron más tarde –siendo papa– crear ese mecanismo basado en lo que con el tiempo se convertiría en el álgebra booleana?
El hecho es que, si damos crédito a la leyenda, en su palacio tenía una cabeza de bronce que respondía «sí» o «no» a las preguntas que él le hacía sobre la política y la situación de la Cristiandad. Según el propio Silvestre II, «este procedimiento era muy sencillo y correspondía a un cálculo con dos cifras», afirma Jacques Paul Migne en su Patrología latina. ¿Cálculo con dos cifras? ¿«Sí» o «no»? Evidentemente, «sí» y «no» –o si se prefiere, «on» y «off»– son términos usuales en la electrónica digital, basada precisamente en el álgebra de Boole.

Al gran matemático irlandés George Boole (1815-1864) se le reconoce el mérito de haber creado un complejo sistema algebraico. En honor de la verdad, dicho sistema ya tiene en Leibniz (1646-1716) a uno de sus más geniales precursores, concretamente en la obra De progressione Dyadica, de 1679. Este filósofo y matemático mantenía contacto epistolar con el padre Joachim Bouvet, jesuita y misionero en China, donde unos cuatro mil años antes había sido inventado el sistema plasmado en El Libro de los cambios (I Ching). El padre Bouvet estaba interesado en la filosofía china y había logrado captar la profundidad de pensamiento de aquel extraño método oriental de adivinación.
¿No les sugiere nada todo esto? ¿No les vienen de pronto a la mente los 64 hexagramas? ¿No encuentran analogías entre la línea entera de los hexagramas –llamada «yang», pero que podríamos también llamar «on» o «sí»– y la línea partida llamada «yin», que podría llamarse también «off» o «no»?
El caso es que el padre Bouvet envió a Leibniz el texto del I Ching y éste estudió los 64 hexagramas. Su genio matemático intuyó de inmediato que las combinaciones de aquellas líneas enteras y partidas podían representar cualquier número con una lógica no «decimal», sino «binaria». En 1703 publicó un trabajo titulado Explicación de la aritmética binaria, donde exponía las ventajas del cálculo con dicha lógica. Después llegó Boole y, a mediados del siglo XIX, publicó su trabajo de lógica matemática basado en las reflexiones de Leibniz: Investigaciones de las leyes del pensamiento. Este texto no sólo expone las teorías matemáticas de la probabilidad, sino que recoge las ideas que el teólogo anglicano Samuel Clarke había desarrollado en su libro Demostración del ser y de los atributos de Dios. En sus páginas, Clarke pretendía una demostración matemática de la existencia de Dios. Sin embargo, algunos sostienen que mucho antes Silvestre II se había interesado por esta misma lógica matemática, sólo que con el objetivo opuesto: demostrar la inexistencia del Creador.

¿Incidente o castigo?

El 12 de septiembre de 1276 fue electo papa con el nombre de Juan XXI el portugués Pedro Juliano, más conocido como Pedro Hispano. También él fue un papa extraño que se interesó por la lógica matemática y escribió el tratado Summulae logicales, en el cual se anticipa en unos seis siglos a las reglas matemáticas formuladas por el inglés Augustus Morgan. Juan XXI murió repentinamente el 2 de mayo de 1277, como consecuencia del derrumbe de su habitación en el palacio papal de Viterbo. «Se dice de este papa que habría escrito un libro que fue considerado herético y perverso y por eso se le derrumbó encima la habitación donde se hallaba, produciéndole heridas tan graves que falleció a los cinco días, después de haber repetido muchas veces estas palabras: ';¿Quid fiet de libello meo? ¿Quis complebit libellum meum? (…)». Así relata su fallecimiento un cronista de la época, comentando las últimas palabras de Pedro Hispano: «¿Qué le pasará a mi librito? ¿Quién completará mi librito?».
¿Es posible que Juan XXI hubiese conocido (el ambiente era el mismo) los trabajos del papa Silvestre II, o descubierto la traducción «secreta» del Astronomicon de Manilio? ¿Qué conocimientos prohibidos contenía ese «librito» que preocupaba tanto a Pedro Hispano en el momento de su muerte? ¿Podemos suponer que, mucho antes de Leibniz, el monje Gerberto, durante su estadía en España y por medio de sus contactos con sociedades secretas islámicas, había llegado a conocer alguna técnica similar a la china de los hexagramas que sirviera de base para desarrollar lo que mucho tiempo después se llamará «código binario» y que la aplicara para crear una especie de autómata mecánico, copia de una cabeza humana, que según cómo se formulaba la pregunta daba una respuesta booleana? ¿Conocía Pedro Hispano estos antecedentes y continuó con esas investigaciones? ¿Podría ser ésta la explicación del misterio que rodea a estos dos extraños sumo pontífices de Roma? No podemos saberlo, pero es posible.
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