Creencias
01/08/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Los últimos estigmatizados

Iconos que sangran, estigmas, bilocaciones, levitaciones, xenoglosia y escritura automática, son algunos de los fenómenos protagonizados desde 1997 por Joaquín Jaramillo, un operario metalúrgico de L'Hospitalet, ya retirado. Mientras la Iglesia estudia su caso, él fabrica rosarios en su casa a la espera del 15 de agosto, fecha que suele ser detonante de nuevas experiencias paranormales.

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Los últimos estigmatizados
Los últimos estigmatizados
San Lucas y san Juan cuentan en sus Evangelios cómo Cristo mostró las heridas de los clavos en sus manos y la de la lanza en el costado como prueba irrefutable de su identidad tras haber resucitado. Estas «llagas», que Tomás tocaría ocho días más tarde para liberarse de sus dudas, reciben el nombre de estigmas. Y si bien existe una larga lista de personas que aseguraron haber recibido el don de este signo a lo largo de la historia del cristianismo, los primeros casos no serían descritos hasta doce siglos más tarde. El primero de ellos tuvo lugar el 14 de septiembre de 1224 y fue protagonizado por san Francisco de Asís.

Al parecer, mientras éste realizaba un retiro de cuarenta días en el monte Alvernia, en la cordillera de los Apeninos, tuvo una visión de Cristo en la cruz y, al mismo tiempo, se le abrieron heridas en las manos, pies y costado, que reproducían exactamente las del Nazareno. Los estigmas le acompañaron hasta su muerte. Según su biografía oficial, encargada por el papa Gregorio IX, siguieron siendo visibles incluso después de la muerte del santo, abriéndose y cerrándose en su cuerpo incorrupto varias veces al año.

Pese a ello, algunos exégetas consideran que san Pablo pudo recibir los estigmas con anterioridad. Al final de la Epístola a los Gálatas, el fundador del cristianismo que triunfaría en el Concilio de Nicea en el siglo IV, afirma: «llevo en mi cuerpo las marcas (estigmas) de Jesús» (6;17). Sin embargo, el término griego stigmata no tenía en su época el mismo sentido que adquiriría mucho más tarde. De modo que ignoramos si san Pablo se estaba refiriendo a sus estigmas o a otro tipo de marca o signo.

Un fenómeno complejo
Dentro de los fenómenos religiosos, probablemente la estigmatización es el más complejo y controvertido. Ha tenido una presencia desigual a lo largo de la historia y, además, no hay dos ascetas cristianos que los hayan experimentado del mismo modo.

A finales del siglo XIX, el médico francés Imbert-Gourbeyre publicó una de las aproximaciones más serias y rigurosas a este fenómeno. Así, pudo censar 312 casos, de los cuales curiosamente, 41 episodios fueron protagonizados por hombres y 280 por mujeres. Hasta el siglo XIII, Imbert-Gourbeyre registró treinta y un casos de estigmatización; veintidós en el XIV y veinticinco en el XV. Sus críticos han advertido que algunos de los casos no resistirían hoy un análisis riguroso. Igualmente se le ha censurado el hecho de no haber incluido algunos episodios históricos relativos a santos y beatos estigmatizados que subieron a los altares; es decir, que obtuvieron el beneplácito oficial de la Iglesia.

Por su parte, la ciencia ve en la estigmatización un fenómeno psicosomático, que se produciría cuando un elevado grado de autosugestión es capaz de desencadenar efectos físicos. El fervor religioso de sus protagonistas actuaría así como un poderoso desencadenante en su aparición. Para demostrarlo, a finales del siglo XIX varios médicos franceses y alemanes intentaron inducir artificialmente los estigmas en sus pacientes por medio de la hipnosis. Pero lo único que consiguieron fue enrojecer la piel en las zonas donde habitualmente aparecían.

Esta línea de investigación fue retomada en 1933 por el doctor Alfred Lecher, quien consiguió que a una de sus pacientes, Elizabeth K., se le inflamara la piel, y llegara incluso a exudar una o dos gotas de sangre.

Con todo, las diferencias con los estigmatizados clásicos son abrumadoras. Por ejemplo, el padre Pío de Pietrelcina perdía diariamente por sus estigmas unos cien gramos de sangre. Además, las heridas nunca se infectaron o presentaron supuración alguna, y no pocos aseguran que esa sangre tenía el aroma de las rosas.

La medicina no ha querido pronunciarse respecto a los casos de estigmatizaciones clásicas. Sí lo ha hecho con los sucesos más «domésticos», seguramente los menos importantes para la Iglesia, pero los ha zanjado con desdén recurriendo a la esquizofrenia. Según dicho planteamiento, cuando se encuentra preso de una crisis de estas características, el paciente se autoinfrige el castigo y luego no recuerda cómo aparecieron las llagas.

Estigmas en el siglo XXI
Generalmente, la estigmatización es el colofón de un proceso que incluye otros fenómenos de difícil clasificación: levitaciones, imágenes que sangran, éxtasis, bilocaciones, etc. Y pueden ser ocasionalmente presenciados por terceras personas, razón por la cual no tendrían que ver con una personalidad disociada o con la esquizofrenia. Buena parte de esos fenómenos fueron perfectamente recreados en la película Stigmata, protagonizada por Patricia Arquette. Salvo por el sexo de la protagonista, y porque ésta representa el papel de una agnóstica, el guión cinematográfico recuerda poderosamente a los sucesos que viene protagonizando un operario de la metalurgia jubilado en la localidad barcelonesa de L'Hospitalet.

Joaquín Jaramillo tiene 64 años y es natural de la localidad sevillana de Morón de la Frontera. Emigró a Cataluña a los catorce años de edad, al no haber obtenido una beca que le diera la oportunidad de estudiar en el seminario. Profundamente devoto, vive junto a su esposa Elisa y dos de sus cuatro hijos en un humilde piso de L'Hospitalet, en Barcelona, rodeado de santos e iconos religiosos. Y no exagero si afirmo que su vida es desde hace más de siete años un auténtico vía crucis. No sólo para él, sino también para su sufrida esposa, que no gana para sobresaltos.

Imágenes que sangran
Todo empezó en septiembre de 1997. Dos estatuillas religiosas, concretamente un crucifijo de más de un metro de altura y una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, empezaron a sangrar por sus llagas. Se trata de figuras de escayola pulcramente ornamentadas que presidían el salón de un modesto sótano, del cual más tarde serían desahuciados. Aunque años antes, en 1991, ya había tenido lugar un «prodigio» similar coincidiendo con la primera guerra del Golfo, lo que les preocupaba en esta ocasión era la difícil situación económica por la que atravesaban y, de forma especial, la estabilidad mental de su hijo Sergio. El chico, víctima de una crisis esquizofrénica, había intentado el suicidio al menos en siete ocasiones en el transcurso de una semana.

Esos repetidos intentos fueron el motivo por el cual Elisa y Joaquín contactaron con María Ángeles Bertolín y Antonio Jiménez, dos conocidos parapsicólogos y exorcistas catalanes. Pero, con mucho sentido común, los especialistas excluyeron la posibilidad de atribuir el caso a los «demonios» de Sergio y tomaron muestras de la sangre de las estatuillas para su posterior análisis. Asimismo comprobaron que las tallas no habían sido manipuladas y reseñaron cuidadosamente las condiciones psicosociales de la familia.

El informe del Centro de Biopatología y Análisis Clínicos de Sabadell concluyó que las muestras contenían «materia orgánica formada por tejido celular mal organizado y con reacción positiva a la catalasa». Esta sustancia es, en realidad, una enzima existente en todos los seres vivos. Debido a la pequeñez de la muestra, no pudo determinarse si era realmente sangre humana o animal, ni tampoco su RH.

La noticia no tardó en saltar a los medios de comunicación, y con ella una avalancha de visitas. Numerosos devotos se acercaban al domicilio de Joaquín para adorar las imágenes. Hay que decir que, pese a su difícil situación económica, nunca cobraron ni un céntimo por ello.

En la Semana Santa de 1998 las figuras volvieron a sangrar. Esta vez lloraron sangre, y una de las cofradías, llamada «Quince Mas Uno», sacó la enorme talla a la calle en procesión para que pudiera ser admirada por el barrio entero.

Un extraño sueño
A partir de entonces los fenómenos se centrarían en Joaquín. Una tarde de mayo de 2000 me llamó preocupado para contarme un sueño en el cual una mujer bellísima vestida con un manto azul le ordenó que viajara el 15 de agosto a Espartinas para recibir una misión.

Dos circunstancias más convirtieron el sueño de Joaquín en algo excepcional. La primera es que días después reconoció a la mujer que se le apareció en una estampa religiosa. Se trataba de la Virgen de Loreto. La segunda fue enterarse más tarde de que en Espartinas, a unos 15 kilómetros de Sevilla, se erigía el monasterio de los Padres Franciscanos de Loreto. ¿Casualidad?.

Joaquín interpretó que la Virgen le había pedido ir hasta allí. Pero por culpa de sus problemas económicos nuestro protagonista nunca pudo viajar… al menos no de una forma «normal».

Una noche, su esposa Elisa se despertó para ir al baño y se tropezó con Joaquín en el pasillo del inmueble. Esto no debería haberla sorprendido de no ser porque, al levantarse de la cama vió que su marido ¡dormía plácidamente en la habitación!
La bilocación ha sido considerada desde antiguo como un don de santidad. Se trata de la facultad de estar en dos lugares simultáneamente. En los textos religiosos han sido documentados muchos casos, como el de san Martín de Porres, sor María Coronel de Ágreda o el mencionado Padre Pio.

Y no cabe duda de que Joaquín protagonizó dicho fenómeno; esa noche se «desplazó» presuntamente hasta el monasterio de Loreto y retuvo en su mente hasta el más mínimo detalle de sus dependencias. Después llamó al abad por teléfono y éste confirmó sorprendido la descripción del monasterio que hizo nuestro protagonista.

Llegan los estigmas
Joaquín no estaba satisfecho. La difícil situación económica por la que atravesaba la familia impedía realizar la voluntad de la «Virgen». Y poco después su cuerpo empezó a sufrir todas y cada una de las llagas de la pasión de su Hijo.

Primero se hinchó el dorso de sus manos. Después enrojecieron. Finalmente, se abrió una herida de un centímetro de diámetro, visible tanto en la palma como en el dorso.

Joaquín Jaramillo padece diabetes desde hace ocho años, a pesar de lo cual sus heridas nunca registraron infección ni supuración. Ni recibieron una atención especial.
«La doctora Gavilán no cree en estas cosas» –dijo para explicar el diagnóstico de su médico, que ni siquiera le prescribió una radiografía.

A estas heridas se añadieron más tarde las de los pies y, posteriormente, una laceración en el costado. También le afecta otro estigma que se ha repetido en varias ocasiones, la última el 30 de mayo: suda sangre por la frente, un fenómeno sumamente difícil de registrar.

Joaquín y Elisa esperan ahora la llegada del mes de agosto, pues muchos de los sucesos se produjeron a partir del día 15 de ese mes, festividad de la Virgen. Entretanto, sus estigmas seguirán abriéndose y cerrándose ante la sorpresa de su hematólogo. Lo mismo le sucedió en su día al fallecido padre Segarra, un cura del Opus Dei que se interesó por los fenómenos que le sucedían a Joaquín, y que incluso tuvo ocasión de presenciar cómo las llagas sangraban mientras él decía misa. Lo único seguro es que Joaquín es uno de los últimos estigmatizados de nuestro tiempo.
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Comentarios (4)

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