Ciencia
25/03/2009 (14:32 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

TRAS LA PISTA DE DINOSAURIOS VOLADORES

David Hielen, Gerardo Sánchez y José Gregorio GonzálezTodavía se conservan en la Tierra grandes extensiones prácticamente inexploradas en las que pueden vivir animales desconocidos hasta la fecha. En el siguiente artículo, extracto de "El gran libro de la criptozoología" (Edaf, 2008), se muestran los testimonios, pistas e investigaciones que apuntan a la existencia de críptidos alados en apartadas regiones de nuestro planeta.

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TRAS LA PISTA DE DINOSAURIOS VOLADORES
TRAS LA PISTA DE DINOSAURIOS VOLADORES
A comienzos de 2007, México vivió una auténtica oleada de avistamientos de insólitas aves marrón parduzco, de un tamaño similar al de pequeñas avionetas. Uno de los testigos, Liliana López Sánchez, afirmó ante la prensa local que era frecuente observar esta clase de pájaros en una zona conocida como Tlalpan. Según su relato, tanto ella como otras personas habían visto a primeras horas de la mañana a gigantescos «pájaros», parecidos a murciélagos o «pterodáctilos», abandonando las cuevas da la escarpada zona montañosa del Cerro de la Estrella.

Testimonios como el anterior pueden parecer sacados del guión de Parque Jurásico, pero lo cierto es que se han reunido algunos similares en distintas regiones del planeta. Uno de esos lugares recurrentes es el extenso continente africano, donde una supuesta ave gigante recibe el nombre de «kongamato». Varias son las crónicas de viajeros que recogen referencias sobre este reptil volador, encontrándose quizá entre las primeras la de Frank H. Melland, quien, en su obra de 1923 En el África embrujada, plasmó las primeras reseñas escritas acerca del mítico animal. «El kongamato –escribió– no es un pájaro, ni siquiera un ave, es más bien una especie de lagarto volador con las alas como las de un murciélago; tiene un enorme pico lleno de dientes y su tamaño es enorme». Así describieron a Melland los indígenas la forma de la criatura. En la misma década, otro explorador, James Stany, publicó en su libro Lejos de los caminos trillados descripciones más amplias del animal. Stany llegó incluso a situar el hábitat del kongamato que, según los indígenas, se localizaba en los alrededores de la zona pantanosa de Jiundu, próxima al nacimiento del río Zambeze. Allí relataban que podía verse en ocasiones una bestia a la que todos temían, devoradora de hombres y capaz de hacer zozobrar una canoa. Su color rojo intenso y su mirada aterradora eran suficientes para helar la sangre del guerrero más valiente, le explicaron.
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