Parapsicología
01/08/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Cirujanos de la luz

La muerte de Jesús nos propone misterios sin respuesta, entre ellos la existencia de cientos de casos documentados de estigmatización. Hombres y mujeres de toda condición han recreado en su cuerpo los signos de la pasión y muerte de Jesucristo. Místicos, visionarios, creyentes de todo tipo, que a su vez protagonizan variados fenómenos paranormales, reviven en la actualidad el sufrimiento del Mesías en la cruz.

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Cirujanos de la luz
Cirujanos de la luz
Aunque para muchos, los fenómenos asociados a la estigmatización son el resultado de la autosugestión, las distintas manifestaciones resultan tan variadas que podrían tener un origen mucho más complejo. Los protagonistas de estas estremecedoras historias, que muestran los estigmas de Cristo en su cuerpo, experimentan la dualidad del sufrimiento más atroz y del indefinible placer de la comunión espiritual, que les lleva a experimentar el éxtasis y a la visión de seres celestiales.

Para el común de los mortales siempre surge la pregunta de por qué un ser tan generoso, que vino a entregarse a la humanidad dando su propia vida, permitiría que tantas personas sufrieran el tormento que experimentó al ser torturado y morir posteriormente en la cruz. Si realmente hay un origen sobrenatural, cabe preguntarse por qué ese reino de luz ha propiciado durante dos mil años el sacrificio, el dolor físico y el derramamiento de sangre. ¿Tiene sentido la mortificación de seres cuyo propósito es la elevación espiritual?
El estigmatizado asume un poder o gracia divina de carácter ambivalente. Por una parte, los estigmas convierten a una persona normal y corriente en un ser muy especial, que dice recibir señales del cielo, aunque esto conlleve la pura expresión del dolor físico y del alma torturada por la desolación que experimentó Jesucristo. Esta persona acaba siendo admirada por unos y rechazada por otros. Desde el punto de vista de la fe cristiana, las llagas serían la recompensa a la fe, o una dura prueba para fortalecer la misma.

Pese al rechazo que pueda suponer la asociación entre dolor y elevación espiritual, no hay que olvidar que esta dualidad ha sido habitual a lo largo de la historia. La mortificación, el derramamiento de sangre y la participación en rituales que causan un inmenso dolor, han sido utilizados para provocar una catarsis. Con ello se alcanza la liberación del espíritu a través de un efecto traumático en el cuerpo físico.

Los estigmas asociados a la figura de Cristo se manifiestan en los pies y en las manos, en la llaga del costado y en las heridas provocadas por la corona de espinas. Esto queda bien representado en la imaginería religiosa. Alrededor de las personas que experimentan estos fenómenos, suelen producirse actos de veneración por parte de los fieles de una religión, de los acólitos de un culto o de los seguidores que espontáneamente se reúnen alrededor del estigmatizado. Aunque no necesariamente tienen que ser miembros de una comunidad religiosa cristiana, siempre existe un fuerte vínculo espiritual con Jesús.

Los fenómenos místicos y paranormales son frecuentes en estos casos, lo que hace que muchas personas consideren que se trata de una manifestación del propio Hijo de Dios, comunicándose de nuevo con la humanidad. ¿Podría tratarse de un plan meticulosamente diseñado por ciertas inteligencias para influir en las emociones de la humanidad? Es fácil darse cuenta de que alrededor de la estigmatización todo parece preparado con exactitud para impactar en la mente de los observadores y, en última instancia, incrementar la fe. Sorprende más el hecho de que la fenomenología viene acompañada por la reiterada intervención de destacados seres sobrenaturales del cristianismo. Los mismísimos ángeles se vinculan en infinidad de relatos a la manifestación de la sangre y a las incisiones provocadas por fenómenos luminosos.

Las pruebas son abundantes, sean quienes fueren los denominados ángeles. Un ejemplo claro de esta laceración divina es la de Santa Teresa de Jesús, que nos habla con crudeza de dardos y abrasamientos: «Vi un ángel en forma corporal que tenía un dardo que me clavó en el corazón dejándome abrasada. Tan grande era el dolor y tan grande la suavidad, que este grandísimo dolor no hay que desear que se quite».
Ésta es la curiosa reflexión de los estigmatizados: no importa el dolor, sea provocado por dardo o flecha, por el tormento más cruel o por cualquier prueba a la que sean sometidos. Por encima de todo está el éxtasis.

Rayos misteriosos

Muchos piensan que todo es obra de delirios y puras sugestiones, provocados por una creencia muy intensa, pero ciertas pruebas médicas ponen en tela de juicio esta hipótesis. Sin duda nos enfrentamos a algo más que a alucinaciones o trastornos mentales. En el caso de Santa Teresa, resulta que esta herida en el corazón era mucho más que una pasión divina. El médico Manuel Sánchez, tras examinar su corazón, fue concluyente: «Hay una abertura o desgarre en la parte posterior y anterior; es estrecha, larga y profunda, y penetra en la sustancia y ventrículos del corazón. La misma abertura deja entrever que fue hecha con mucho arte y un instrumento agudo, fuerte y largo, y sólo en el interior de la abertura se reconocían algunas señales de combustión».
¿Un instrumento?… Pero los datos aportados por la medicina iban más allá, ya que fue posible confirmar la existencia de espinas, de varios centímetros además, que sobresalían del citado órgano. ¿Puede una sugestión generar espinas en el interior del corazón?
Otro caso singular es el de la madre María Luisa, que investigo desde hace casi veinte años, cuando sus experiencias eran absolutamente desconocidas en España. La exclusiva de esta información apareció en esta revista (AÑO/CERO, 93). María Luisa Zancajo nació en Sinlabajos, Ávila, el 4 de noviembre de 1911. Compartía con Santa Teresa su nacimiento en tierras castellanas y la visita de ángeles que, por cierto, también le hicieron incisiones y clavaron dardos y espadas en su corazón, como relataba su director espiritual, el padre Manuel Soria. Este sacerdote fue quien me puso al corriente de tan estremecedora historia. De su puño y letra escribió: «Siete serafines se le aparecen, hablan con ella, diálogos muy interesantes y, en un momento dado, las espadas de fuego que llevan en las manos, una a una, las más de las veces, y otras las siete a un tiempo, se las clavan en el corazón».

En el relato de María Luisa Zancajo se describen con claridad estos rayos de luz, capaces de atravesar la materia: «Luego vi cómo en la Cuaresma pasada, de sus manos a las mías venían rayos de fuego que las atravesaban de un lado a otro, de igual forma que de sus pies a los míos. Observé que de las manos le salían sendos rayos, y de los pies uno sólo, que luego se dividía en dos. Igual de su Sagrada Cabeza».

El propio san Pablo podría haber recibido este sello divino a través de la luz: «Traigo en mis manos la marca del Señor Jesús», escribe el apóstol en la Carta de San Pablo a los Gálatas, 6, 17. Cuando era conocido por Saulo, y camino de Damasco, recibió un rayo luminoso que lo tiró del caballo.

Volvamos al enigma de la luz, los estigmas y los misteriosos serafines. San Francisco de Asís, en 1224, estaba en el Monte della Verna, en Italia, cuando se encontró con «un serafín de seis alas». Aquí surge de nuevo el serafín y la prueba de su existencia. Recibió distintas heridas de la pasión: dos en las manos, otras dos en los pies y una en el costado. Cuentan las antiguas crónicas que el monte se iluminó con «resplandores» y «llamaradas», como es propio en todos los acontecimientos en los que aparecen estos seres.
¿Pero quiénes son estos sorprendentes ángeles que tanta habilidad tienen con los haces de luz? Encontramos a estos «serafines de seis alas» en Isaías 6, 1-7, ofreciéndonos nuevas muestras de su gran capacidad en el manejo del abrasador fuego divino pero, eso sí, exhortando al protagonista a ser virtuoso. Aquí podemos leer: «El año de la muerte del rey Uzziyyah vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso; las orlas de su manto llenaban el templo. Los serafines estaban de pie sobre él, cada uno tenía seis alas: con dos cubrían su rostro, con dos se cubrían los pies, y con las otras dos volaban».

Sin embargo, algunos autores han señalado sus dudas acerca de la verdadera identidad de estos seres, que ocultan su rostro y sus pies. Estos mismos investigadores destacan el sorprendente significado de seraf, en ocasiones vinculado a la serpiente y al fuego.

Esta clave la podemos desvelar en parte en Números 21, 6-8. Los israelitas, que temían morir en el desierto de tanto vagar y vagar, y cansados ya de comer el maná que les caía del cielo, se rebelaron contra Moisés y Yahvé. Éste último, con su inmenso poder, les envió nada más y nada menos que «serpientes abrasadoras, que mordieron al pueblo y murió mucha gente». No les quedó más remedio que arrepentirse, así que Yahvé explicó a Moisés cómo podían librarse de esta terrible plaga de fuego: «Hazte una serpiente abrasadora y ponla sobre un asta y todo el que haya sido mordido la mirará y vivirá. Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta, y si alguno era mordido por una serpiente, miraba la serpiente de bronce y vivía».

Símbolo del maligno

Es curioso que Yahvé recomendara hacer esta representación de un animal que en la concepción judeocristiana es símbolo del maligno. Ramón Hervás, en Los ángeles, guardas de nuestras vidas, nos ofrece algunas interesantes claves sobre este enigma: «Se sugiere una asociación de ideas que nos lleva a la imagen habitual de Lucifer en su figuración de Serpiente Celeste. Asociación e imagen, sin embargo, que los comentaristas bíblicos rechazan para sugerir que ';las serpientes ardientes' son simplemente las primitivas alegorías sobre Jehová, cuando éste era considerado como el dios de las tormentas y se le representaba simbólicamente por el rayo y el relámpago. Y, ciertamente, en la época de los profetas, cuando Isaías evoca en su canto a Venus-Lucifer cayendo de los cielos, se silencia con obstinación la emblemática figura del Ángel Rebelde y se introduce subrepticiamente la imagen del serafín como la figuración del relámpago, y la figuración del trueno como la alegoría del querubín».

Está claro que los serafines representan en el cristianismo un nivel elevado de la grandeza de Dios pero, sin embargo, desde un punto de vista antropológico, es interesante observar la relación entre los fenómenos luminosos y eléctricos, las tormentas con sus atemorizantes rayos, y los seres sobrenaturales que ofrecen a simples mortales la capacidad de hacer prodigios o de viajar a otras dimensiones. Sin ir más lejos, y salvando las distancias, los chamanes graniceros adquieren sus poderes cuando les cae un rayo encima. Entonces empiezan a mantener contactos con seres que están en las nubes y en distintos lugares del Universo.

Es más que seguro que habrá una realidad por encima de esa burda polaridad que establece la humanidad acerca de ángeles y demonios. Como este investigador explica: «a los iniciadores postdiluvianos que aparecen –viniendo de no se sabe dónde– para recomponer la civilización desaparecida, se les llama indistintamente egrégores, titanes, ases, ángeles, querubines, dioses y demonios».

Se puede seguir la pista de estos seres en la vida de Ana Catalina Emmerich, nacida en 1774. Ya desde niña tenía visiones sobrenaturales, aunque la aparición definitiva tuvo lugar cuando un ser resplandeciente le colocó una corona de espinas. Esto provocó que brotara sangre de su cabeza. Una nueva visión generaría la llaga del costado, en forma de cruz, que también sangró en abundancia. Pero llegamos una vez más a descubrir el efecto de esta «cirujía luminosa». En 1812 tuvo una visión en la que unos haces de luz atravesaban sus manos y pies, tras lo cual aparecieron los correspondientes estigmas de la crucifixión. Ahora sí que nos va a resultar familiar la descripción que hizo de estas heridas el doctor Krauthsen: «En el dorso de las manos observamos unas costras como de haber corrido sangre, bajo las cuales está la piel todavía fresca. Lo mismo en la palma de las manos, sólo que algo menores. En el costado derecho, a la altura de la cuarta costilla, vimos una herida de tres pulgadas de larga, como si se hubieran hecho con una aguja varias incisiones».

Aparte de la experiencia espiritual, esto nos recuerda a una pura intervención quirúrgica y, como en tantas otras ocasiones, con el más insólito instrumental: la luz.

Estos fenómenos tampoco podrían faltar en una de las grandes estigmatizadas de la historia, Teresa Neumann, muy conocida por el impacto visual de sus sanguinaciones. Nació en Konnersreuth, Alemania, en 1898. A la edad de veinte años sufrió un terrible accidente mientras intentaba apagar un incendio. A consecuencia de ello quedó paralítica, ciega y con ciertas limitaciones para oír y hablar.

Estigmas y resplandores

En abril de 1923, después de cuatro años de postración, se levantó de la cama y recuperó la vista. Incluso llegó a caminar con el paso del tiempo. En vísperas de la Pascua de 1926, después de ser testigo de la pasión de Jesucristo en una visión, le aparecieron los estigmas del costado, cabeza, manos y pies.

Pero existe otro gran personaje como parte de este misterio, el padre Pío de Pietrelcina, quien el 20 de septiembre de 1918 recibió los estigmas. Por enésima vez la cirugía de los seres luminosos hizo posible el milagro. El informe médico fue concluyente: «Las heridas están cubiertas por una membrana de color rosado. Tengo la certeza de que esas llagas no son superficiales; he notado un vacío que atraviesa todo el espesor de sus manos, aunque no he verificado si apretando con más fuerza, mis dedos llegan a encontrarse, ya que esta experiencia, así como toda presión, provoca un dolor agudo en el paciente. Las lesiones de los pies presentan idénticas características que las de las manos; pero no he podido hacer la misma experiencia a causa del espesor del pie. La herida del costado es una incisión neta paralela a las costillas, de una longitud de 7 u 8 centímetros. Sangra abundantemente y tiene las características de sangre arterial y, a juzgar por los labios de la llaga, se advierte que la herida es profunda. El Padre pierde diariamente un vaso de sangre».

Pero no faltaron resplandores en la aparición de sus estigmas. En una carta que escribió en 1945 a su superior se puede leer lo siguiente: «Estaba en el coro, después de la misa, cuando me sentí elevar, poco a poco, a una altura siempre creciente, que me hacía gozar en la plegaria; así aumentaban mis rezos y a la par mi satisfacción. Pasado algún tiempo, una potente luz hirió mis ojos y, en medio de tan gran resplandor, se me apareció el Cristo Llagado. Nada me dijo. Desapareció después. Cuando volví en mí, me encontré en tierra, llagado».

Ángeles-extraterrestres

La lista de estigmatizados se haría interminable. Apenas aporto unos pocos datos, los suficientes como para abrir un sendero a la investigación del misterio de «los cirujanos de la luz». Como contraste a los personajes vinculados muy de cerca a la religión desde un punto de vista ortodoxo, se encuentra el caso del italiano Giorgio Bongiovanni, el autodenominado «contactado de los extraterrestres» que, según afirma, son los mismos que en el pasado fueron considerados ángeles.

Dejó de ser un humilde y simple zapatero para sufrir en sus carnes la sanguinación diaria de los seis estigmas que simbolizan las heridas de Jesús. El 2 de septiembre de 1989 visitó el santuario de la Virgen de Fátima y, tras caer en éxtasis, le aparecieron los estigmas en las manos. La sangre adoptaría después la forma de una rosa, un rostro de Jesús, un sol y la letra omega, entre otras, todas ellas fotografiadas y filmadas. El 2 de septiembre de 1991, dos años después, aparecieron los de los pies en su tierra natal. El 28 de mayo de 1992, en Uruguay, se le abrió el costado. También en este país le apareció el de la frente, el 26 de julio de 1993, aunque se le comunicó que la maduración tendría lugar cuando cumpliera los 33 años. El 2 de septiembre de 1996 lloró lágrimas de sangre en la isla de Sicilia, precisamente durante la visita que le hizo a su padre espiritual, Eugenio Siragusa, y se le abrió el estigma de la corona de espinas, siete años justos después de la aparición del primero de éstos, en el aniversario de su 33 cumpleaños.

La luz y la sangre, el cielo y la tierra, se unen sin cesar en esta extraña alquimia espiritual, que no deja de ofrecernos un misterio sin respuesta.
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