Parapsicología
01/10/2005 (00:00 CET) Actualizado: 18/06/2019 (10:09 CET)

Fenómenos extraños en el cementerio de San Miguel

En principio, ningún lugar parece tan tranquilo como una necrópolis. Una de las grandes excepciones la constituye el cementerio de San Miguel, el más antiguo de Málaga (España) y uno de los más bellos de Europa a nivel arquitectónico. Los testimonios recogidos describen apariciones fantasmales, voces en mitad de la noche, interferencias telefónicas desde el «más allá», movimiento de objetos, luces y golpes sin origen definido y hasta la aterradora presencia de supuestas «ánimas negras».

01/10/2005 (00:00 CET) Actualizado: 18/06/2019 (10:09 CET)
Fenómenos extraños en el cementerio de San Miguel
Fenómenos extraños en el cementerio de San Miguel

Cuatro de mayo de 2005. Más de quince personas se congregaron frente a un discreto y humilde panteón del cementerio malagueño de San Miguel, ubicado en la barriada de Fuente Olletas. Un pequeño módulo vertical, una fotografía impresa en el mármol y una placa donde se lee «Jane Bowles, Nueva York, 1917. Málaga, 1973», conforman el sencillo enterramiento. La mayor parte de los presentes son familiares, amigos o lectores de la desaparecida escritora.

Aproximadamente a las cinco de la tarde, los congregados en la necrópolis encendieron velas en su memoria, y colocaron ramos de flores junto a su tumba. A pesar del tiempo que ha transcurrido desde su muerte, parece claro que la figura de la escritora norteamericana permanece viva, al menos en la memoria de algunos de sus admiradores.

De pronto, uno de los allí reunidos levantó la vista y se queda atónito. Entre el grupo, en el cual todos se conocían, había un personaje más. Era una mujer vestida de luto, y su rostro era extrañamente parecido al de la literata. Tanto es así, que un asombrado señor tuvo que contemplar el mármol con su fotografía, como si no conociera bien la imagen de su admirada escritora.

Tras unos momentos de desconcierto, advirtió a quienes estaban a su lado y estos miraron igualmente a la mujer vestida de negro desde la corta distancia que los separaba. La mirada de la señora parecía perdida, si acaso enfocada hacia el panteón.

Antes de que nadie pudiera hacer nada para verificar la identidad de la mujer, ésta desapareció tras la esquina de un panteón de gran tamaño que conduce a la zona de enterramiento de los escritores y artistas malagueños. Cuando varios de los testigos se dieron cuenta de lo que había pasado, rodearon la zona por diferentes lugares. Desgraciadamente, aquella mujer se había desvanecido sin dejar rastro.

Cuando se corrió la voz, los más veteranos, aquellos que suelen visitar cada año la tumba de Bowles, respondieron impasibles: «No os preocupéis. Jane suele venir en el aniversario de su muerte, apareciendo entre nosotros con la misma espontaneidad con que desaparece».

Los primeros en descubrir los fenómenos relacionados con la escritora fueron José Fernández, encargado de la capilla del cementerio, y los vigilantes de seguridad, que han visto pasear a una señora de aspecto extravagante por las inmediaciones de la tumba de Bowles.

Esta visita no debería haber llamado la atención, ya que la escritora tenía un amplio círculo de amigos y admiradores en varios países. Pero además de lo extraño de la hora, resultaba curioso que la dama estuviera todos los días con idéntica vestimenta, en el mismo punto (ante la tumba de Jane) y en actitud contemplativa.

Esa actitud fue la que llevó a los guardas a no acercarse a la extraña mujer, ya que temían romper algún tipo de oración en honor a la difunta. Sin embargo, cuando posteriormente intentaron establecer contacto con la desconocida para conocer la razón de su visita, ésta desapareció tras una esquina en el momento en que el vigilante de turno estaba a punto de alcanzarla.

Para José Fernández y los guardas la imposibilidad de escapar en tan escasos segundos comenzó a sugerirles que el fenómeno carecía de explicación racional. Esto les hizo estar más atentos a las apariciones de la enigmática mujer y, en alguna ocasión, llegaron a acercarse lo suficiente para identificarla. Según sus testimonios, su rostro era idéntico al de la imagen de Jane Bowles.

No es el único caso de sucesos anómalos en la necrópolis de San Miguel. Al contrario, son numerosos los sucesos extraños que tienen lugar entre sus muros. Los testigos más frecuentes de tales manifestaciones, debido a su permanencia en horas nocturnas, son los vigilantes de seguridad.

Un caso realmente impresionante es el vivido por J.R.G., una persona escéptica que, no obstante, vivió en el cementerio una de las experiencias más aterradoras de su vida. Los guardas suelen hacer 3 ó 4 rondas por el interior del recinto a lo largo del turno nocturno. Nuestro testigo llegó aquella noche a su puesto de trabajo, entró en la cabina de descanso, ubicada en el exterior del cementerio, para esperar su turno y, como acostumbraba, llamó a su esposa para saludarla.

Mientras hablaban pausadamente, J.R.G. escuchó una voz masculina que articulaba palabras inconexas como fondo de la conversación. Su primera reacción fue de ira, al pensar que su mujer le estaba siendo infiel. Cuando le preguntó quién estaba de visita, su esposa le aseguró que se encontraba completamente sola.

Mientras seguían hablando, la comunicación se cortó con un sonido de interferencia y la voz de su esposa fue sustituida por una voz masculina, muy fuerte y cavernosa, casi metálica, que dijo: «¡Dentro te espero!». De nuevo se escuchó la interferencia y, acto seguido, la voz de su mujer preguntando qué había ocurrido, ya que había dejado de escucharle durante algunos segundos.

Como era de esperar, aquella noche el vigilante no realizó ninguna ronda por el interior del cementerio y muy poco tiempo después pidió cambio de turno. No podía soportar la presión psicológica que suponía el impactante recuerdo de aquella vivencia aterradora.

Percepciones anómalas

P.D.E. es otro de los antiguos vigilantes que ha pasado largas noches en el recinto del camposanto. Tanto él como su compañero de servicio afirman haber escuchado pasos extraños que carecían de una localización definida, así como voces o murmullos que nunca pudieron identificar.

En una de estas ocasiones, el compañero, medio en broma, pidió una señal a voz en grito y, justo en ese momento, P.D.E. oyó un profundo pitido en el oído que le dejó sordo durante unos minutos. Desde entonces, ambos se toman con respeto los fenómenos paranormales e intentan hacer su trabajo pasando inadvertidos a lo que ellos consideran «fuerzas de otros mundos».

Pese a todo, han vivido otras experiencias. Algunas se han repetido con todo detalle en días diferentes, como si estuvieran programadas para seguir siempre el mismo patrón. Mientras se encontraban en la sala de descanso, por ejemplo, escuchaban cómo la losa de un nicho caía al suelo haciéndose añicos. Sin embargo, al acudir al lugar donde se había producido el ruido no lograban encontrar ninguna losa caída o rota. Curiosamente, a los pocos minutos de regresar a la cabina, el ruido volvía a repetirse, sin que pudieran determinar su causa.

En cierta ocasión, durante una de mis visitas a la necrópolis, coincidí con una anciana que frecuentaba asiduamente el lugar para dejar velas y flores en la tumba de un familiar suyo. Esta mujer, temblorosa y casi con lágrimas en los ojos, decidió contarme una curiosa vivencia a la que se enfrentó hace años. Siempre que se acercaba al camposanto, comenzaba y terminaba su visita con una oración en la capilla del cementerio.

Todo sucedió durante uno de esos momentos de recogimiento, cuando ella se encontraba sola, en el último banco de la pequeña iglesia y entregada a sus rezos. Entonces oyó claramente unos pasos resonando en el recinto vacío. La acústica de la nave los multiplicaba en ecos profundos. También escuchó recios golpes en las paredes, al mismo tiempo que el mobiliario de la capilla emitía un fuerte crujido.

Aunque en un principio intentó convencerse de que sólo se trataba de sonidos de origen natural para tranquilizarse, no lo consiguió. Más aún: observó estupefacta que, frente a ella, uno de los bancos más próximos al altar era arrastrado casi un metro sobre el suelo, cambiando su posición inicial sin que nadie lo moviera, como empujado por una fuerza invisible.

Voces en la noche

Uno de los casos más difundidos de los numerosos que han tenido lugar en este cementerio fue el vivido por el encargado de la capilla, José Fernández. En noviembre de 1985, y debido a unas obras de reforma que estaba llevando a cabo en su casa, tuvo la necesidad de pasar algunas noches en la propia capilla, que cuenta con una acogedora celda. Se encontraba despierto y tranquilo, a eso de las dos de la madrugada, «rezando vísperas» y en mitad de la oración.

En determinado momento, sintió el impulso de salir a rezar al exterior. Había adquirido la costumbre de hacerlo siempre dentro de la celda, pero aquella noche tuvo una imperiosa necesidad de orar fuera, como si una fuerza indefinida lo atrajera de forma irresistible.

En el silencio de la noche, sólo roto por algún que otro ruido lejano del crujido de las ramas de los árboles, o el grito de algún ave nocturna, se convirtió involuntariamente en testigo de un fenómeno insólito. Sus oídos captaron el lamento desconsolado de un niño de corta edad. Al prestar más atención, descubrió que se trataba de una llamada: «¡mamá, mamá!».

Tenía la certeza de que no estaba confundiendo el gemido de algún animal o algún eco distorsionado por el aire con aquella llamada nítida de una voz infantil. El «Hermano Pepe», como todos lo conocen, tampoco se sintió intimidado. Con decisión siguió el rastro de la misteriosa voz hasta localizar su origen en el interior de un nicho.

Al día siguiente, consultó los libros de defunciones en el archivo de la necrópolis y descubrió con asombro que en aquel nicho reposaban los restos de un niño fallecido a los dos años: Antoñito, muerto como consecuencia de una leucemia y después de dolorosos padecimientos.

A partir de la noche en que se produjo por primera vez, este misterioso fenómeno se ha repetido con asiduidad, a distintas horas y con diferentes variantes. Pero no ha sido la única situación extraña vivida por José Fernández en el cementerio. En diversas ocasiones también ha visto a un niño de corta edad que entraba corriendo en la capilla, cuando el camposanto ya estaba cerrado al público. Se trata de una visión algo confusa, ya que el pequeño pasaba a gran velocidad y, en el momento en que Fernández se volvía y veía su silueta, desaparecía tan repentinamente como había irrumpido en la capilla.

También otras personas declaran haber visto este niño a lo lejos en diversos lugares del camposanto. Según sus testimonios, en algunas ocasiones se aparece ataviado con vestimentas blancas y vaporosas, levitando sobre el suelo, como si flotara en el aire. José Fernández afirma convencido que el espíritu de este niño está intentando manifestarse, aunque sus apariciones sean bastante esquivas y muy breves.

Otro de los sucesos sin explicación a los que se ha enfrentado este testigo, pero también varios guardias de seguridad y otros visitantes, también tienen por protagonista al pequeño. Tras conocer el incidente vivido por el «Hermano Pepe», algunas personas acudieron a la tumba del niño para dejar en su nicho caramelos y cartones de leche, como un presente para el pequeño. De manera misteriosa, y en numerosas ocasiones con el cementerio cerrado, han desaparecido los caramelos o tenían el envoltorio quitado, e incluso estaban mordisqueados por dientes muy pequeños.

Con los cartones de leche y botellas de agua sucede prácticamente lo mismo, pero incluso ante testigos. En breve tiempo, sostienen éstos, han podido ver cómo disminuía el nivel del líquido a una velocidad que descartaba la única causa natural capaz de explicar semejante anomalía: la evaporación.

Este caso ha adquirido tintes legendarios y casi ha dado lugar a un culto incipiente entre los visitantes. Durante los 365 días del año, decenas de juguetes y prendas infantiles se acumulan como ofrendas espontáneas ante la tumba de Antoñito. Tanto es así, que el «Hermano Pepe» debe limpiar periódicamente este lugar del cementerio, llenando grandes bolsas que van a parar a asociaciones de niños sin recursos económicos. Por otra parte, algunas personas afirman que sus hijos enfermos han logrado mejoras sorprendentes después que ellos dejaran alguna prenda de estos junto al nicho.

La opinión popular del entorno ha amplificado y difundido todas estas historias, hasta el extremo de que son numerosas las peregrinaciones al nicho de Antoñito, así como las procesiones con velas encendidas. Al interés que suscita el interés por el fenómeno paranormal, se añade así el antropológico, ya que estamos ante el nacimiento de un culto que tiene por objeto la veneración de un «angelito» o «santito popular».

Si seguimos el camino principal y pasamos al segundo patio de nichos, dirigiéndonos a la esquina superior derecha encontramos uno de los típicos rincones de habitual enterramiento infantil. Allí descansan los restos de la pequeña María Marta, fallecida en un accidente de coche.

Curiosamente, su muerte dio paso a otra leyenda que gira en torno la supuesta intercesión de la niña en casos de crisis matrimoniales y de pareja. Si nos acercamos a ese lugar vemos que, como sucede en el nicho de Antoñito, la historia ha calado entre los visitantes. También este lugar está lleno de juguetes, con la diferencia de que abundan las cartas de personas pidiendo a la niña que solucione sus problemas conyugales o sus desencuentros amorosos.

Entre quienes afirman haber sido testigos de fenómenos extraños también se encuentran José Fernández y algunos vigilantes de seguridad. Estas personas sostienen que han visto el cuerpo semitransparente e inerte de una niña.

Hace décadas, existió otro párroco encargado de la capilla de San Miguel: el padre Eliseo, que murió en enero de 1946. Algunas personas afirman haber observado a un hombre mayor con hábitos monacales caminando entre los panteones. Pero no se trataba del «Hermano Pepe». La descripción del misterioso visitante vestido con hábitos se corresponde perfectamente con la de don Eliseo. Al menos, eso es lo que aseguran quienes conocieron al anterior párroco cuando vivía.

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