Lugares mágicos
01/08/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Père Lachaise: la última morada de los famosos

Cerca del corazón de París se extiende un camposanto donde reposan infinidad de figuras celebres. En este lugar se realizan rituales y se rinde memoria a muchos personajes que dejaron huella en la historia del esoterismo. En este año se conmemora su segundo centenario.

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Père Lachaise: la última morada de los famosos
Père Lachaise: la última morada de los famosos
Estábamos delante de la tumba de Champollion, el padre de la moderna egiptología. Montse fotografiaba desde varios ángulos el obelisco que conmemoraba su fallecimiento, mientras yo tomaba notas. Alguien nos observaba desde un banco de piedra: una viejecita menuda que tenía un cuaderno en la mano. Se nos acercó y nos habló en francés:
–Veo que ustedes están muy interesados en las tumbas. ¿Son investigadores? –preguntó con tono afable y ojos vivaces que brillaban detrás de sus anteojos.

La «abuelita» era madame Brassant Ressier que, para nuestra sorpresa, lleva más de 20 años estudiando las tumbas del famoso cementerio parisino de Pére Lachaise, donde acude religiosamente tres días a la semana. Nos contó que tenía 75 años, era viuda y su marido había sido escultor y restaurador de iglesias. Luego nos tomó de la mano y nos condujo por un laberinto inextricable para la mayoría de los mortales. Sorteaba las últimas moradas de los difuntos con la facilidad y agilidad de un alma saltarina. La gigantesca necrópolis alberga los restos mortales de una verdadera legión de personajes que hoy inundan los libros de historia y, en esos momentos, se preparaba para celebrar su bicentenario. Cada año la visitan más de dos millones de personas. Allí se levantan desde espectaculares esculturas que homenajean a algunos muertos hasta nichos anónimos donde descansan los huesos de alguien cuyo nombre el tiempo quiso borrar.

Un camposanto con historia
Sobre 44,5 hectáreas se esparcen 6.000 árboles y 70.000 tumbas, a lo largo de 15 kms de senderos. Un centenar de sepultureros se encargan de su mantenimiento. En 1804, cuando se inauguró el cementerio, los muertos no recibían una buena acogida, pues eran arrojados en fosas comunes. Los primeros cuerpos famosos allí sepultados fueron los de La Fontaine, Molière, y Eloísa y Abelardo, en 1817.

La novela Père Goriot, de Balzac, lo puso definitivamente de moda en 1835 y determinó que, desde entonces, fuera el lugar favorito para enterrar personalidades. Según nos explicó nuestra anfitriona, muchas tumbas se transformaron en objeto de culto hasta nuestros días.
–¿Quiénes fueron Eloísa y Abelardo? –preguntó Montse.
–Abelardo era un monje y teólogo del siglo XII, y Eloisa su amante secreta. Desgraciadamente, el romance entre los dos fue descubierto y el tío de Eloísa, el obispo Fulbert, castró al monje por haberla seducido. Esta historia sirvió para promocionar el cementerio en el siglo XIX –nos respondió madame Brassant.

Kardec y los espíritus
Una de las tumbas más visitadas, aunque los franceses apenas lo conocen, es la del famoso espiritista Allan Kardec, cuyo verdadero nombre era Hippolyte Léon Denizard Rivail. Madame Brassant nos llevó hasta su sepultura: una especie de dolmen hecho con tres moles de granito en posición vertical y una cuarta sobre aquéllos, formando una «mesa». Bajo la misma reposa el busto de bronce del famoso médium, rodeado por cientos de flores multicolores. En la cara derecha del pedestal se puede leer: «Fundador de la Filosofía Espiritista. Todo efecto tiene una causa. Todo efecto inteligente tiene una causa inteligente. La potencia de la causa inteligente está en función de la grandeza del efecto. 3 de octubre de 1804-31 de marzo de 1869». En la otra cara también hay una inscripción: «Nacer, morir, renacer aún, progresar sin cesar, tal es la ley».
–Los que más vienen a visitarle, y son muchos, son tus paisanos de Brasil –me dijo sonriente la anciana.

Pero la más visitada es, sin duda, la tumba de Jim Morrison, el cantante del grupo psicodélico The Doors, que murió en Paris a los 27 años. En los últimos tiempos ha adquirido mala fama entre los cuidadores del cementerio, pues allí se reúnen fumadores de marihuana y consumidores de otras drogas que ensucian el lugar y producen altercados con los visitantes.

Seguimos caminando y nos encontramos con el enigmático sepulcro de un tal Fernand Arbelot (1880-1942). Se trata de un hombre yacente que sujeta entre sus manos la cabeza cortada de una mujer, al parecer su amante. El asesino se habría suicidado después con cicuta, pero nuestra amable informante no pudo confirmarnos esta versión.

Ritos afroamericanos
Más adelante vimos una tumba donde adeptos del vudú procedentes de las islas francesas de Martinica y Guadalupe practican la magia negra. Se podían ver restos de velas negras y plumas de gallina. Parecía que madame Brassant les tenía respeto o temor, pues no quiso acercarse al sepulcro.
–Los adeptos del vudú cortan el cuello del pollo sobre el túmulo y dejan gotear su sangre hasta componer todas las letras del alfabeto. Después eligen la inicial de la letra que corresponde al nombre del difunto para ponerse en contacto con su espíritu. Generalmente lo hacen en trance. Yo lo he visto escondida detrás de éste árbol –nos confió visiblemente asustada.

También comentó que extraños personajes vestidos con capas negras, generalmente personas jóvenes, circulan por el cementerio al atardecer. Madame Brassant nos llamó la atención sobre un detalle: la existencia de muchos objetos de bronce, especialmente bustos. Nos repitió lo que algunos ocultistas le habían dicho: el bronce es un buen «conductor», capaz de absorber los influjos benéficos.
–Este cementerio es el lugar energéticamente más cargado de la ciudad. Aquí se dan cita todas las religiones, todos los cultos. Por eso vienen muchas personas que realizan ritos que van desde lo más normal hasta lo más extravagante– nos explicó la anciana.

No son pocos los místicos, magos y sensitivos enterrados en este peculiar cementerio. Madame Lenormad, la «vidente de Josefina Bonaparte», por ejemplo, se hizo célebre por sus predicciones y hoy se venden en todo el mundo barajas del tarot que llevan su nombre. Ella se movía con tanta soltura en las cortes como en los calabozos, y llevó una vida sentimental ajetreada. Entre sus clientes figuraron revolucionarios tan ilustres como Robespierre, Marat, monarcas como el Zar de Rusia y nobles como la princesa Lamballe. El cuerpo de Ruffina Noeggerath, una famosa espiritista francesa, también yace bajo el suelo sagrado de Père Lachaise.
–Víctor Hugo la introdujo en el espiritismo, y luego esta mujer se transformó en una importante médium –nos aseguró Brassant.

Seguimos nuestro recorrido, ahora sobre tumbas destruidas por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Visitamos el monumento al escritor Antoine de Saint-Exupery (autor de El Principito) que desapareció en un vuelo sobre el mar. No son sus restos los que reposan allí, sino los de su esposa, que quiso homenajearle así.

Circulábamos por un sector del cementerio al que llaman «romántico». Ahí están enterrados Marcel Proust, Pierre Brasseur, Amadeo Modigliani y Oscar Wilde. Este escritor tiene una bonita tumba, presidida por una misteriosa deidad alada. Wilde –autor de obras famosas como El retrato de Dorian Gray– estuvo preso en Irlanda acusado de homosexualidad. Muchas lesbianas dejan sobre la lápida la marca de sus labios. Al principio, los restos mortales de Wilde fueron enterrados en el cementerio de Bagneux, al sur de París, pero nueve años después fue trasladado a Père Lachaise gracias a las dos mil libras donadas generosamente por su amiga y admiradora Helen Carrew.

Con parte de este dinero, el escultor británico Sir Jacob Epstein realizó la efigie que se erige sobre la tumba. Se trata de una escultura inspirada en los toros alados asirios del British Museum. El escultor, un alumno de Rodin, la describió como un «ángel demonio volador». Sobre su cabeza se asienta un tocado de faraón y el rostro tiene los rasgos del escritor. Por cierto, que Epstein decidió dotar a su ángel de pene y durante diez años la estatua estuvo en el taller del artista esperando que el alcalde de París autorizara su instalación definitiva en el cementerio, demorada por motivos «morales». En 1961, un grupo de fanáticos mutiló el pene de la estatua, y desde hace muchos años la tumba de Wilde es un lugar donde se dan cita los gays de todo el mundo.

Ritos megalíticos y sexuales
No menos curiosa es la tumba del periodista Yvan Salmon, más conocido comoVictor Noir, asesinado en 1870 por un pariente de Napoleón. Su estatua yacente en bronce es una exacta réplica del cadáver tal como fue encontrado, impecablemente vestido y con la bragueta abierta. Sobre la estatua siguen acostándose algunas mujeres que restriegan su sexo contra el frío bronce, el cual aparece más pulido que el resto de la oscurecida estatua. Con ello repiten un viejo rito que supuestamente ya practicaban las féminas en el Neolítico, que realizaban la misma acción con menhires para promover su fecundidad y quedar embarazadas.
–En la víspera de su boda, el periodista, que era republicano, fue enviado a visitar a Pierre Napoleón para invitarlo a batirse en duelo con un colega suyo del periódico La Marsellaise. Sin mediar palabra, Pierre le pegó un tiro en la cabeza. La bragueta estaba abierta porque quienes acudieron a salvarle le desabrocharon el pantalón para que pudiera respirar mejor –puntualizó la ancianita, que se sabía todas las historias.

Papus y La Medusa
Nos llamó especialmente la atención una tumba en el sector 93, la de Gérard Anaclet Vincent Encausse, más conocido como «Papus», el famoso mago blanco que nació en 1865 en A Coruña, de padre francés y madre española de origen gitano. Cabalista, alquimista, tarotista y, especialmente filósofo del esoterismo, Papus fue un médico militar que murió en 1916 a los 51 años, pero en la foto de su lápida mortuoria parece mucho más viejo. Dejó escritos más de 160 libros, algunos de referencia obligada en la cultura ocultista, como el Tratado de la Magia Práctica o El tarot de los Bohemios.

En otro sector de Père Lachaise están enterrados los judíos. Sobre sus tumbas encontramos muchos guijarros, a veces dispuestos de forma geométrica. Algunos interpretan este rito como una representación simbólica de la ceremonia que se practicaba en tiempos bíblicos, colocando grandes piedras sobre el enterramiento para protegerlo de los violadores de tumbas.

Encontramos la tumba del filósofo francés Auguste Comte, uno de los pioneros de la sociología (1798-1857). Dada la naturaleza de la mente humana, decía, cada una de las ciencias o ramas del saber debe pasar por «tres estadios teóricos: el teológico o estadio ficticio; el metafísico o estadio abstracto; y por último, el científico o positivo».

La presencia de famosos es abrumadora, como confirmamos al pasar ante las tumbas de Simone Signoret e Yves Montand, los favoritos de Madame Brassant. Luego entramos en los subterráneos del cementerio, en los crematorios. Allí encontramos una magnifica escultura en piedra del escultor francés de origen polaco Paul Landowski (1875-1961), que hizo la gigantesca estatua del «Cristo del Corcovado» de Rio de Janeiro, con 38 metros de altura. El conjunto escultórico del crematorio se llama «Los signos del Zodíaco».

Otro de los sepulcros más exóticos es el del premio Nobel de literatura guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974). Sobre sus restos, una estela de hormigón moldeado adornada con motivos mayas recuerda que Asturias, indio por parte materna, para escribir sus novelas se inspiraba en tradiciones ancestrales, como las del libro sagrado de los mayas, el Popol Vuh.

Chopin, misas negras y gatos
No muy lejos está la tumba del músico Federico Chopin (1810-1849) cuyas flores son permanentemente renovadas por los estudiantes de música, quienes suelen depositar claveles en ella. Antes de morir, rogó que se le arrancara el corazón y se lo llevaran a la iglesia de la Santa Cruz, en Varsovia. Sobre el perfil grabado en mármol del compositor se yergue «Música y Lágrimas», la estatua de una musa inclinándose sobre su laúd, del escultor Auguste Clésinger. En sus últimos años, éste había acogido en su taller a una modelo recién llegada a la capital: Berthe de Courrière. De amante del escultor pasó a serlo de los escritores de tendencia ocultista Huysmans, Villiers de l'Isle-Adam y Remy de Gourmont. Su cuerpo está enterrado entre Clésinger y de Gourmont.

Pero la Courriere no era una mujer cualquiera: oficiaba misas negras donde se sacrificaban animales, algunas de las cuales se llevaban a cabo en el cementerio Lachaise. Tales ritos nocturnos desaparecieron con las nuevas medidas de seguridad adoptadas en 1990, tras las profanaciones de las tumbas judías de Carpentras. Aun así, hay quienes saltan los altos muros para realizar allí sus cultos nocturnos.

El poeta iraní Sadegh Heyedat (1903-1951) está allí enterrado. Su tumba tiene una pirámide negra con un búho grabado. Hedayat era también un enamorado y admirador de los gatos. Curiosamente, vemos que su tumba es un lugar frecuentado por estos discretos felinos, especialmente vinculados al mundo mágico.
–Y hoy son pocos –nos informa madame Brassant– A veces he visto cómo se congregan alrededor de su tumba muchos gatos, como si vinieran a visitar y homenajear a un amigo en su última morada.
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