Civilizaciones perdidas
01/09/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Lawrence de Arabia, un espía en el desierto

Militar, aventurero, quizá espía… La vida de Lawrence de Arabia está rodeada de misterio y su figura sigue despertando pasiones y opiniones encontradas más de setenta años después de su extraña muerte.

01/09/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Lawrence de Arabia, un espía en el desierto
Lawrence de Arabia, un espía en el desierto
El 19 de mayo de 1935 fallecía un mito de Arabia en los quirófanos del hospital Bovington Camp. Después de seis días en estado comatoso, T. E. Lawrence, también conocido como Lawrence de Arabia, expiraba su último aliento. Un terrible accidente de moto ponía fin a una de las carreras más brillantes en Europa y medio Oriente.

Bajo la estela de la leyenda comenzaron a escucharse chismes e historias propiciados por el hermetismo con el que las autoridades trataron los primeros momentos del accidente. Los diarios británicos se convirtieron en un excelente caldo de cultivo de habladurías y rumores. Buen ejemplo de ellos fue el Daily Express, que en una de sus ediciones afirmaba que Lawrence era un agente secreto. Todavía hoy, algunos historiadores ortodoxos muestran su tibieza a la hora de abordar el asunto de que nuestro protagonista fuera o no espía. Aunque la historia más fascinante e inverosímil es sin duda una posible reunión de éste con Adolf Hitler para tratar el nuevo orden mundial…

Hogarth y la universidad
El joven Lawrence llega con 19 años a la Universidad de Oxford, una institución que vive una época dorada en cuanto a privilegios, siendo un oasis de erudición para la clase media más acomodada, donde pasa completamente desapercibido. Pero es en Oxford donde conoce a la persona que posiblemente cambiará su vida para siempre: David Hogarth.

David George Hogarth era un hombre producto de su tiempo. Tras la fachada de individuo fornido de grandes barbas se ocultaba un profundo intelectual y también un hombre de acción. Hablaba francés, alemán, italiano, griego y turco, además de árabe. Su opinión como arqueólogo y orientalista era respetada en toda Europa, y su fama como buen conversador fue conocida y apreciada en los círculos de la alta sociedad londinense. Su faceta como hombre de acción se reflejaba también en misiones políticas que cumplía para el gobierno británico.

Fue la figura paternal de Hogarth quien animó desde el principio a Lawrence para que encaminara sus estudios hacia la arqueología. Más adelante se convertiría además en confesor, jefe y casi en un padre para él. Sin embargo, es muy llamativo que nunca haya existido un escrito serio que aborde la vida de este personaje. Incluso en algunas de las biografías más importantes sobre Lawrence la influencia o vida de Hogarth se limita a un par de líneas. Colin Simpson y Phillip Knightley, en su libro La vida secreta de Lawrence de Arabia, afirman que posiblemente esto se debe a que los documentos que hacían referencia a su trabajo para el gobierno fueron al parecer destruidos. Hogarth fue uno de los primeros muchachos de la trastienda, un espía al servicio de la corona británica.

La abrumadora personalidad de Lawrence se fue dejando notar poco a poco en sus tutores de universidad, compañeros, amigos y familiares, entre ellos Hogarth. Sus peculiares hábitos y conductas de los tiempos universitarios forjaron al Lawrence de la leyenda. Por norma general su trabajo lo realizaba a horas intespectivas, fuera del horario convencional. Una de sus obsesiones fue agudizar su intelecto y conseguir un completo control de su cuerpo, llegando en algunas ocasiones casi al castigo físico. Podía pasarse sin comer dos o tres días, realizar largas excursiones en pleno invierno o prácticas de tiro hasta llegar a ser tan diestro con una mano como con la otra.

Cuando dijo a sus tutores que quería presentar una tesis sobre las fortificaciones de los cruzados a nadie pareció sorprenderle, puesto que era un gran amante y estudioso de lo medieval. Lo que dejó perplejo a los miembros de Oxford fue que con veintiún años se fuera a preparar la tesis a Oriente. Pocos europeos se mostraban entonces ufanos en recorrer los antiguos caminos de peregrinación, debido a su enorme peligrosidad –no en vano, Lawrence estuvo a punto de perder la vida en varias ocasiones–. Aprendió árabe con la ayuda de un profesor de Oxford, el mismo que le aconsejaría que se aprovechara de la hospitalidad de las tribus sirias. Su viaje fue a pie, armado únicamente con una pistola, munición, una cámara de fotos, unos salvoconductos y unas instrucciones que le escribió Hogarth personalmente.

Cuatro meses después volvió a Oxford con retraso para el siguiente trimestre, pero su viaje fue todo un éxito. La tesis consiguió asombrar a los estudiosos por los vastos conocimientos y ejemplos que se proporcionaban en el texto, por lo que obtuvo el grado con honores de primera clase. Para muchos, nació entonces la leyenda de Lawrence de Arabia. El aventurero aprovechó su viaje para familiarizarse con los distintos dialectos árabes, utilizó el alojamiento que los sirios y demás tribus le brindaron para aprender las costumbres de dichos pueblos, y recorrió en solitario varios países de Oriente: Siria, Líbano y Palestina.

Lawrence, el espía
En 1910 se reanudaban en Karkemish, Turquía, unas viejas excavaciones patrocinadas por el British Museum, encargadas de desempolvar lo poco que se conocía hasta la fecha de la cultura hitita. David Hogarth y Cambell-Thompson se encontraban a la cabeza de dicha expedición. Por mediación del primero, el Magdalen College dispuso aprobar una beca para cuatro años de viajes a Lawrence. Hogarth le "alistó" en su equipo por sus conocimientos de cerámica y por su partida a Siria, que le había llevado a recorrer en solitario aquellas lejanas tierras, dándole un bagaje que pocos arqueólogos tenían en ese momento.

Lo que sucedió en aquella excavación siempre ha sido motivo de debate entre los diversos biógrafos de la vida de Lawrence. Mientras que para los ortodoxos allí únicamente se llevaron a cabo labores relacionadas con la arqueología y estudios de campo, para otros –como Simpson y Knightley–, además de los trabajos arqueológicos aquello fue una plataforma excelente para el espionaje británico, vivencias de las cuales más tarde se beneficiaría Lawrence. Británicos y alemanes se enfrentaban por aquellas fechas tanto en el campo de la arqueología como en el de la política, y Oriente Medio era una zona estratégica importante.

La primera vez que encontramos a Lawrence trabajando como espía para el servicio británico es durante una extraña farsa revestida de aires místicos. En el invierno de 1913 el gobierno de su majestad hace un llamamiento a Hogarth para que proponga un arqueólogo que encabece una expedición con el fin de explorar el oeste del Sinaí. El elegido fue Woolley, pero dado que él no disponía de los tres meses que se le exigían para ello se decidió que compartiera las tareas con Lawrence. La expedición buscaba huellas del probable itinerario de Moisés acompañado de los israelitas hasta su llegada a la tierra de Canaan. Todo ello quedó reflejado en The Wilderness of Sin –"El desierto de Sin"– editado por el Palestine Exploration Fund. Hasta aquí la tapadera arqueológica. La realidad, sin embargo, fue otra. Detrás de la Palestine Exploration Fund estaban las órdenes directas de lord Kitchener; la expedición debía topografiar al milímetro la región de Sin, comprendida entre Akaba y Petra, para una posterior utilización con fines militares de la zona.

En agosto de 1914 se declara la guerra mundial, y la mayoría de los jóvenes, entre ellos Lawrence, ven cómo el conflicto les brinda una oportunidad, casi romántica, de viajes y emociones alejadas de la rancia Inglaterra. También les invade un fervor patriótico y corren en masa a los centros de reclutamiento. El Ministerio de la Guerra se ve tan saturado que se permite el lujo de restringir la entrada en el ejército a sólo aquellos que midieran más de un metro ochenta.

Lawrence se encuentra entre aquellos que por el momento no son válidos o necesarios para la milicia. Desorientado y desanimado recurre a la ayuda de Hogarth, quien le consigue un puesto en el Departamento Geográfico del Estado Mayor en Whitehall. Cuatro meses después Turquía entra en la guerra y lord Kitchener hace un llamamiento para que todos aquellos que estuvieron presentes en la expedición del Sinaí viajen a Egipto, para ingresar en el Departamento Cartográfico del Servicio de Inteligencia con el fin de interpretar y realizar mapas para el ejército británico.

A los pocos meses Lawrence es nombrado capitán y allí comienzan sus primeros roces con los oficiales de carrera, que ven en su figura a un personaje antimilitarista. No fueron pocos los que se fijaron y quejaron ante sus superiores del equipo tan desaliñado que lucía. Sus paseos por el cuartel sin correaje, con zapatos de charol, sin calcetines y sin la corbata reglamentaria, le granjearon un sinfín de enemistades. Sin embargo, sus conocimientos de Siria y Mesopotamia lo hacían imprescindible, puesto que la gran mayoría de los turcos desconocía regiones de su patria que Lawrence describía con gran detalle.

Poco a poco empezó a realizar labores propias de los servicios secretos, como interrogar a sospechosos para utilizarlos o desenmascararlos. Muchos de sus compañeros se quedaban estupefactos ante su forma de trabajar. Al interrogar a un sospechoso era capaz, por su forma de hablar, vestir o por sus gestos, de dilucidar el origen del personaje.

Todos sus avances en inteligencia militar llegaron a oídos de Londres, y a principios de 1916 se le encargó una misión muy peculiar, gozando de la total confianza del Estado Mayor. Una expedición británica quedó sitiada por fuerzas turcas en Mesopotamia y ante la imposibilidad de una negociación fructífera con el Estado turco se abogó porque el joven Lawrence utilizara su influencia. Se le ofrecieron para ello recursos ilimitados hasta ese momento: podría negociar, sobornar, comprar, hacer lo que quisiera hasta gastar un máximo de un millón de libras y se le entregó además un documento que provenía del jefe del Estado Mayor imperial, sir William Robertson, en el que anulaba la autoridad de cualquier general sobre éste.

Desde el primer momento chocó con todos los oficiales superiores, que entorpecieron dicha operación. Las fuerzas británicas se encontraban sitiadas en Kut por Khalil Pasha, y aunque tanto tropas británicas como turcas se encontraban bajo banderas de tregua, todo se vino abajo cuando Lawrence habló de soborno a Khalil, que se sintió ofendido e incómodo. Pocos días después las tropas británicas se vieron en la obligación de rendirse por falta de víveres y munición. Aquella misión había fracasado, pero Lawrence envió un informe secreto al Ministerio de la Guerra exponiendo sus impresiones, informe que tuvo muy en cuenta la inteligencia militar.

Sin embargo, algunos documentos secretos hablan de que la verdadera razón que le había llevado a Mesopotamia no era únicamente la de rescatar a aquellas tropas británicas. Meses atrás, en el Cairo, se formó un departamento árabe con distintos oficiales que trabajaban en un proyecto para emplear el nacionalismo árabe al servicio de los objetivos británicos. Lawrence recibió un mensaje secreto: había llegado el momento de poner en marcha una revuelta árabe y él era el elegido para guiarlos, forjándose a partir de entonces la leyenda.

La muerte de Lawrence
Los últimos años de su vida están llenos de incertidumbre, en los que se debate continuamente entre periodos de optimismo y otros de profundo vacío. Se refugia en una pequeña casa en Clouds Hill, cercana al campamento militar de Bovington Camp, viviendo como un ermitaño, durmiendo en un saco y alimentándose de latas de conservas.

Días antes de su muerte un peculiar personaje estaba decidido a visitarle para exponerle sus planes políticos de futuro: Henry Williamson. Éste era conocido por ser un hombre diplomático que mantenía buenas relaciones anglo-germanas, y también por sus contactos con la ultraderecha. Williamson era amigo del fascista inglés Oswald Mosley y en más de una ocasión ambos se reunieron con Hitler. Aunque, según palabras de Henry Williamson, consideraban a Hitler como un desequilibrado, veían la posibilidad de conseguir algo positivo para Europa si alguien la reconducía por "un camino adecuado". Así pues, tenían claro que la figura clave para este entendimiento entre Hitler y el resto de Europa sería la persona de Lawrence. Éste y el Führer debían conocerse. Todo ello se lo expuso en una misiva haciéndole partícipe de su intención de visitarle.

Poco tiempo después el tema ya se había filtrado a la prensa y los reporteros asediaban Clouds Hill para saber de primera mano si Lawrence se entrevistaría o no con Hitler, o bien si se disponía a convertirse en el nuevo dictador de Inglaterra. En un desafortunado incidente Lawrence golpeó a uno de los reporteros, aunque más tarde le pediría disculpas por el intolerable comportamiento que había tenido. Aquella carta que Williamson escribió a Lawrence, por supuesto, nunca fue encontrada, lo que ha generado una leyenda negra sobre el tema.

El día 13 de mayo, la mañana del accidente, Lawrence se desplazó hasta Bovington Camp para enviar un telegrama a Williamson diciéndole que podía asistir al día siguiente a su casa para tomar el almuerzo. Lo que no sabemos ciertamente es si Lawrence estaba dispuesto a tratar el tema de Hitler y sus "nuevas" relaciones con Europa. Aquel día tuvo lugar el fatídico accidente que acabaría con su vida, y el encuentro nunca llegó a celebrarse, generando múltiples especulaciones, que iban desde el suicidio hasta una posible conspiración para asesinarle, de manera que la reunión con el dictador alemán no se llevaría a cabo jamás.

Clouds Hill distaba un kilómetro y medio de la oficina postal donde Lawrence fue a poner el telegrama. El terreno se caracterizaba por tres hondonadas, dos de la cuales eran lo bastante profundas como para que no se viera el tráfico que se aproximaba. La reconstrucción oficial del accidente sugiere que tuvo lugar cuando Lawrence circulaba con su motocicleta y se cruzó con una camioneta negra que pasó muy cerca de él por la estrecha carretera. Lawrence intentó echarse más hacia la izquierda pero no vio que se aproximaban dos chicos en bicicleta. Al tratar de esquivarlos fue cuando perdió el control de su máquina y se estrelló.

Sin embargo y a pesar de la aparente normalidad del suceso, tanto el accidente como la posterior investigación sobre el caso siempre alentaron a mentes románticas y no tan románticas sobre una posible conspiración en la muerte del héroe de Arabia. Al cabo de una hora del accidente, cuando se supo la identidad del accidentado, se recordó a todos los oficiales de Bovington Camp que estaban sujetos al Acta de Secretos Oficiales. Antes de que la policía llegara a realizar investigación alguna, el oficial del Estado Mayor de Inteligencia publicó una nota en la que aseguraba que no habían existido testigos del accidente, cuando sabemos a ciencia cierta que como mínimo hubo tres: los dos ciclistas y un cabo llamado Catchpole que presenció toda la escena.

Los tres testigos pasaron a dependencias militares y los interrogatorios fueron realizados por personal del ejército. Durante los mismos se presionó al cabo Catchpole para que no hiciera declaraciones sobre el coche negro, aunque había sido testigo principal del accidente y el primero en socorrer a Lawrence. La posibilidad de que la policía abriera una investigación paralela se desestimó y fue la inteligencia militar la que tomó las riendas del asunto desde el primer momento. También la policía militar y otras instancias requisaron documentos de la casa de Lawrence y precintaron la misma para posteriores investigaciones.

El día 19 de mayo de 1935, poco después de las ocho de la mañana, Lawrence yacía inmóvil en los quirófanos del hospital Bovington Camp. Dos doctores personales del rey enviados para salvarle la vida certificaron su muerte. Tres días después, en el mismo centro hospitalario, se celebró una entrevista entre un coronel y un jurado. Entrevista que fue muy insatisfactoria, puesto que quedaron cabos sueltos en la investigación del accidente. El coronel sobre todo se sintió descontento con la poca relevancia que se le había dado al coche o camioneta negra. Aunque parezca increíble nunca se investigó de quién era aquel vehículo puesto que se pensó desde las tesis oficiales que nada aportaba al caso. A día de hoy se siguen haciendo conjeturas sobre si se trataba de la camioneta del panadero, del coche de un turista o de alguna furgoneta militar. Nadie lo sabe y probablemente nadie lo sabrá.

En la iglesia de Moreton se celebró un funeral por los restos de Lawrence al que acudieron multitud de personalidades, entre ellas el mismo Winston Churchill, que lloró desconsoladamente durante el acto. Desaparecía así el mito, pero nacía la leyenda de Lawrence de Arabia.
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