Azores

Fueron islas revestidas de leyenda hasta ser descubiertas oficialmente por Diogo de Silves en 1427, al menos un par de ellas,en el regreso de un viaje a Madeira. Y digo oficialmente porque no hay acuerdo en el año en el que fueron descubiertas. Se cree que fue a principios del siglo XIV por navegantes lusos y genoveses al servicio del rey de Portugal, entre los años 1317 y 1339, y eso por una serie de mapas y cartas náuticas donde ya se situaban. A diferencia de las Canarias, las Azores estaban deshabitadas tanto en su descubrimiento como a la llegada de Gonçalo Velho Cabral, explorador portugués al servicio del Infante Don Enrique el Navegante, en 1431.

Lo curioso es que reciben el nombre por el azor, a pesar de que nunca ha existido esta clase de aves rapaces en sus entornos. Según la versión más difundida, el navegante Diogo de Silves se quedó tan impresionado por los azores que sobrevolaban las islas que decidió denominarlas de ese modo. Pero los estudios han tirado por tierra tal versión porque la única ave rapaz conocida en el archipiélago es el Buteo buteo rothschildi, que son ratoneros comunes o aguilillas, introducidas bastante después del descubrimiento portugués.

A la llegada de los portugueses no había ni azores, ni halcones, ni milanos, ni gavilanes, ni presas que pudieran cazar estas aves pues los únicos mamíferos eran algunas especies de murciélagos y la paloma torcaz, en cantidades insuficientes para soportar la depredación de muchas aves de rapiña.

Entonces, ¿de dónde proviene el nombre? Quizá de las legendarias islas Azuis, conocidas desde la Edad Media. El nombre vendría del término genovés Azzurre, azules, que derivaba del color de la vegetación de este archipiélago. Esta teoría quedaría reforzaba por la presencia de la urzela, un liquen que aporta un tinte azulado muy requerido hace siglos que se exportaba a los telares del norte de Europa.

La Madre del Apocalipsis

Las islas Azores están llenas de iglesias, monasterios y conventos católicos decorados con un gótico tardío, muchos barrocos y otros conservando en sus fachadas el estilo manuelino portugués. En el interior de algunos de ellos surge el protagonismo callado de monjas que destacaron por sus éxtasis o sus manualidades. En este último aspecto habría que encuadrar a la Madre Margarita del Apocalipsis –Margarida Isabel do Apocalipse–, curioso y escatológico nombre adoptado como religiosa, que tuvo una extraña afición durante los últimos 20 años de su vida.

Desde su exclaustración obligatoria en el convento de clarisas del Santo Nombre de Jesús, en Ribeira Grande, una de las tres ciudades más importantes de la isla de San Miguel, apenas salía de su casa, salvo para los menesteres litúrgicos y asuntos de salud. Seguía vistiendo el hábito de clarisa y no dejaba entrar a nadie en su cuarto. Su familia pensaba que todo el tiempo estaba en la cama debido a su enfermedad o rezando, pero cuando muere el 6 de mayo de 1858 se descubre el testamento y el secreto… Tenía mucha fe y mucho tiempo libre porque en su habitación había cientos de figuras humanas y animales, modeladas con una masa de harina de arroz y de trigo, cartulina, vidrio molido, gelatina y trozos de antiguos hábitos, pegado todo ello con goma arábiga y pintadas primorosamente. Las figuras estaban agrupadas por escenas bíblicas. Hasta 72 escenas componen su magna obra, metidas muchas de ellas en frascos o armarios de cristal y realizadas en el más absoluto silencio y secretismo.
(Continúa la información en revista ENIGMAS 196).

Jesús Callejo