Lugares mágicos
01/04/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Santa María de Wamba (Valladolid) La iglesia de las mil almas

En silencio, en mitad de una mañana en la que hielo y aire se confunden. Con el cielo gris hasta caer al suelo. Sólo un perro rompe la monotonía de aquel pueblo que parece imposible. El invierno es un manto aplastante. Cerca están las piedras que vine buscando. Algo más que simple pasado. La casualidad –¿o no?– quiso que en este lugar el hiperrealismo se haya adelantado varios siglos…

01/04/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Santa María de Wamba (Valladolid) 
La iglesia de las mil almas
Santa María de Wamba (Valladolid) La iglesia de las mil almas
La iglesia de Santa María, en Wamba –Valladolid– está al fondo. Alargada y envuelta en piedra. Fascinante símil del hombre y su mente. Mejor, de la mente y el hombre, que no siempre ambos han ido de la mano.

Las piedras tienen memoria, incluso uno tiene a veces la sensación de poder hablar con ellas. En este sacro lugar, el mundo de los símbolos comienza fuera y se descompone en mil pedazos por dentro. Habrá que empezar allí, donde la luz empuja para iluminar el misterio. Un osario, el mayor que hay en España y el segundo más grande de Europa, espera al visitante desde hace ocho siglos tras una puerta que se comunica con el claustro.

Pero, ¿qué es un osario? Es naturaleza muerta. Es muerte, sin más. Son restos del pasado. Son huesos y cráneos de cerca de mil personas que se apilan allí enterrados. Una composición macabra, pensarán algunos. Fascinante demostración de la vida, es la sensación que yo tengo, ya que alguien quiso que aquellos huesos y piedras hablaran. La inscripción que "reza" a la entrada del osario de Wamba dice así: "Como te ves, yo me ví; como me ves, te verás. Todo acaba en esto aquí. Piénsalo y no pecarás". Palabras que en cualquier lugar formarían parte de la liturgia humana, que irremediablemente es religión y mito a la vez; del futuro que siempre será pasado. Pero allí, en Wamba, en el pueblo en el que ni siquiera hay cobertura para los móviles, aquella inscripción se comunica con nosotros desde más allá de los tiempos.

Son diversas las interpretaciones respecto a esta aglomeración de restos humanos. Algunos hablan de la peste, la guerra o una epidemia; todas son respuestas lógicas si se tiene en cuenta la datación de aquel gran nicho, el siglo XII, una época en la que la enfermedad y el acero sembraban la muerte por millares en España. Sin embargo, el párroco de la iglesia, auténtico guardián del templo y único poseedor de las llaves de aquel lugar –si quieren visitarla pónganse antes en contacto con él, porque si no encontrarán sus puertas cerradas–, explica que la iglesia era entonces también el cementerio, lo que justifica la presencia de tanta muerta apilada. Impresiona contemplar la escena. No sabían entonces aquellos hombres sin nombre que su rostro y cuerpo, nueve siglos después, se quedaría allí para que alguien los viera.

No es sólo el espectacular y tenebroso osario lo que llama la atención de la iglesia de Santa María, que según dicen fue mandada construir por los reyes astur-leoneses para dar cobijo a los monjes mozárabes que huían de Al-Andalus. Una mezcla de estilo románico y mozárabe, que se terminó de levantar entre los siglos X y XII. En su puerta principal hay una enigmática y burlona fila de pequeñas esculturas –canecillos– que muestran cabezas humanas y de animales sacando la lengua. La verdad es que en la actualidad están muy gastadas y es difícil distinguir con claridad sus rasgos, pero sí parece haber un mono, un reptil y un toro, por ejemplo, entre las figuras animales. Es una curiosa hilera a la que es muy difícil sacarle el significado. Es una burla a qué y por qué. ¿Un reto? ¿Una venganza? Complicada respuesta.

Simbología misteriosa

Aún hay un tercer misterio en la iglesia de Wamba. Si entramos por la puerta del porche, que está decorada con la cruz de los caballeros hospitalarios –que se hicieron cargo del templo en el siglo XII– encontramos una puerta que comunica con una nave lateral. Allí vuelvo a encontrar algo que empieza a ser familiar en todos los templos cristianos en los que el misterio de los símbolos está presente. Otra vez encontramos una columna con forma de palmera, al igual que en la ermita de San Baudelio y en la iglesia de la Veracruz –ENIGMAS 122 y 123–. Otra vez esta imagen en una construcción de la época mozárabe. Es un símbolo que se encuentra en la mayor parte de los edificios por los que pasó la Orden del Temple o la Orden de los Caballeros de San Juan y con el que se buscaba el contacto entre lo terrenal y lo divino. Esa escala de valores que asciende a un simple mortal hasta el reino de los cielos. Por eso la palmera o árbol, ya que sus raíces están en el suelo, mientras que sus ramas y hojas acarician el cielo.

Su estrecho "tronco" de piedra está desgastado. Dicen que la columna tenía o tiene poderes milagrosos. Dicen que los que allí ponían sus manos encontraban cura para sus dolencias o solución a sus problemas. Dejémoslo en eso, en una leyenda, pero eso sí, tras pasar por allí las manos. También hablan de un pozo por el que fluye agua milagrosa. Historias que contribuyen a acrecentar el misterio y el interés por un lugar que, por sí sólo, por sus piedras y pasado, merece ser contemplado. Hay que escucharlo. Hay que oír las palabras que desde hace ocho siglos retumban entre sus paredes.

El rey que no quiso ser rey. El pueblo fue aposento de un rey visigodo. Cuenta la leyenda que Wamba era un noble al que le fue comunicado que iba a ser el monarca de aquella lejana Hispania que estaba formándose, año 672, mientras araba el campo. Cuentan también que él quiso rechazar su destino. Y cuenta también que, al final, sería el rey que sucedería a Recesvinto, porque en aquella época a los monarcas los elegía el pueblo, el pueblo noble.

El fin de los visigodos

Fue el último rey que dio esplendor a los visigodos. Con su muerte comienza la decadencia. Su reinado no fue fácil, pues lo pasó casi enteramente sofocando las luchas internas de la nobleza contra la monarquía, de los católicos contra los arrianos y de la población hispano-romana contra los visigodos. Además, tuvo que sofocar una rebelión de los vascones y, en el 672, tuvo que enfrentarse a un nuevo y desconocido peligro: la invasión de norafricanos o árabes, que intentaron de pasar a la Península por Algeciras, intento que fue rechazado por los visigodos.

Allí, en Wamba, pueblo que hasta la llegada al poder de aquel hombre que se llamaba Gérticos –según especifican algunos documentos históricos– quedó el nombre y huella, quizá, sin que él entonces lo supiera, de un monarca que intentó poner orden en un país que buscaba su propio destino.

Su cuerpo, junto al de su antecesor Recesvinto, fue allí enterrado hasta que Alfonso X trasladó a ambos a Toledo. El rey que no quiso ser rey dejó para siempre en este enclave su nombre unido a la historia.
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